Basar nuestra vida en quién está en lo cierto o
quién equivocado es algo vano, sin sentido. Antes que vivir en esta insensatez
es preferible explorar nuestros problemas sin juicio previo. En vez de ser
espectadores debemos participar en nuestra propia discusión, y ver si podemos
penetrar en nuestros problemas, sean éstos individuales y colectivos. Porque
ambos nos atañen directamente.
Es necesario para nosotros ir más allá de las
murmuraciones, del parloteo, más allá de las exigencias e influencias del
mundo, para descubrir por nosotros mismos lo que somos. Al develar lo que somos
podemos afrontar muchos de los problemas que nos constituyen.
Quizá podamos discutir despacio, con nosotros mismos,
para captar el sentido de nuestra vida, de nuestro existir, y plantearnos ¿qué
es todo esto? Eso es posible si podemos ser honestos con nosotros mismos, cosa
bastante difícil. En este proceso nos revelamos a nosotros mismos por nuestro
propio pensar, y así podemos penetrar en algo que valga la pena dejándonos de
fruslerías.
Tenemos que descubrir por nosotros mismos la significación
de nuestro pensar-hacer-sentir, lo cual implica desentrañar nuestro vivir. Captar
el conjunto de significados que pueden hacer posible desenmarañar nuestros condicionamientos,
nuestros malos prejuicios, nuestras creencias y valores falsos.
Esa es la verdadera cuestión, nuestro verdadero
reto. Qué pensar y qué no pensar; pues a ello estamos atados, sujetos a diversas
normas. Por lo que constantemente buscamos seguridad en lo que hacemos: en
nuestra familia, en nuestro trabajo, en nuestras relaciones, en los juicios…
Queremos estar seguros, y ese mismo deseo nos
engendra temor, culpa y ansiedad. Si nos miramos vemos cuán temerosos estamos,
pues existe en nosotros la sombra de la inseguridad; por tanta pobreza,
suciedad y miseria en todo los que nos rodea aunque no sea de manera inmediata.
Sabemos esto o lo intuimos, pero no sabemos cómo
librarnos de todas nuestras inseguridades. No sabemos cómo deshacernos de éstas.
De manera que vivimos marchitos, sin inocencia y envejecidos. Cuando, por el
contrario, aspiramos a ser frescos, inocentes y jóvenes. Por ello, debemos renovarnos
para poder percibir, observar y descubrir qué hay en nosotros. Si hay algo que toda
esta inmediatez, de estas palabras, de estas frases y de estos condicionamientos.
¿Qué observamos en nosotros? ¿Cómo nos observamos? Si
nadie tiene que decirnos cuándo tenemos hambre, pues sabemos cuando la tenemos hambre.
Entonces, ninguna descripción externa nos da la experiencia de nosotros mismos.
Tenemos experimentar lo que somos.
Queremos experimentar lo que significa nuestra vida
o, por el contrario, nos queremos aferrar a algo, a cualquier cosa. Nuestra
experiencia debe abarca lo que nos he conocido y se debe remontar a lo
desconocido de nosotros mismos. Nos reconocemos y buscamos también lo que no
reconocemos en nosotros.
En este buscarnos acumulamos conocimientos,
experiencias individuales como capacidad de idear, de comunicarnos, de sentir,
de pensar racional o irracionalmente. En unos casos, somos afables, tranquilos,
serenos; también brutales, implacables, altaneros, arrogantes, vanos. Por ello,
nos hallamos en un estado de auto-contradicción y empujados en distintas
direcciones.
Por otra parte, sabemos que nos hemos educado con
una cierta técnica y con unos códigos de conducta, con los cuales buscamos permanencia
y seguridad. O vivimos de esperanzas conociendo frustraciones, fracasos, éxitos
o logros. Podemos, además, rememorar, recordar. Todo esto es nuestra totalidad.
A veces, solo conocemos segmentos de nosotros, por
ejemplo, de estar celosos o irritados, llenos de sueños e insinuaciones. Todo
esto somos. Nos encontramos en el tiempo, en nuestra historia, en nuestro
relato. Por ello es necesario
desentrañar lo que somos, que es nuestro vivir.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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