En estos días al ir a comprar un pasaje en autobús pensaba
que se podía pagar el mismo con punto de venta. Pero el asunto no era así, la
modalidad era una parte en efectivo y otra con punto de venta. Al querer apelar
a la discrecionalidad del empleado éste me dijo: «las reglas son las reglas».
Y tenía toda la razón el empleado, las reglas son las reglas
y en todos los ámbitos hay reglas. Uno, por lo general, lo que hace es apegarse
al lugar donde las reglas le resultan más adecuadas y favorables. Pero siempre
habrá reglas que seguir. Uno puede apelar a la libertad; sin embargo, nuestra
libertad está condicionada por nuestra misma finitud.
Uno puede romper las reglas existentes al no estar de
acuerdo con éstas, pero terminará construyendo otras reglas. Aquí es donde está
el dilema de Dadá. Algunos señalan que Dadá es el anti-arte, uno puede pensar
que se refieren a que éste es otro arte o un arte enfrentado al existente. Sin
embargo, Dadá es el no-arte.
Es por esta razón que este no-movimiento-artístico no puede
perdurar. Porque de hacerlo tendría que crear otras reglas. Y no se quiere
someter a ello. El Dadá se manifiesta como el no-arte, y de allí su efímera
vida. Es el grado cero del arte, para usar de la mala manera la expresión de
Barthes. Pues, si intenta vivir tendría que construir reglas de arte,
convertirse en arte y se niega a ello.
Ante esta disyuntiva, Dadá decide perecer. Traición le han
hecho los historiadores y críticos de arte que lo han incluido en el arte.
Olvidar a Dadá es difícil, la ruptura es muy violenta y desgarradora en esa
época heroica donde todo el arte moderno se manifestaba como arte nuevo.
El darnos cuenta de que «las reglas son las reglas» nos
permite vislumbrar el mundo con una voluntad de poder diferente. Las reglas
están allí, nosotros las acatamos, asunto nada extraordinario, o buscamos un
ámbito con otras reglas más convenientes a nuestro pensar… Al tener conciencia
de esto nos evitamos a nosotros mismos la condición de mendicidad.
Ese imperativo de «las reglas son las reglas» es la otra
parte de la voluntad de poder o es otra voluntad de poder que se pone delante
de nosotros. Si acepto esto no tengo que apelar a la mendicidad para lograr
algo, sencillamente o me aparto de ellas o las acepto, o busco cualquier otra
opción para llevar adelante mi voluntad de poder.
En el caso de Dadá, éste decide perecer, porque Dadá no
mendiga nada al arte, solo lo niega. Nosotros tenemos más opciones. Porque
somos una voluntad de vivir. Lo contrario, sería o la voluntad de la nada o la
no-vida. En nosotros el conjunto de decisiones posibles es más amplio. Lo que si
debemos evitar en tanto voluntad de poder es el grado de mendicidad.
El estado de indigencia es posible evitarlo al tener certeza
del hecho de que «las reglas son las reglas» y con ellas puedes hacer lo que
quieras, pero no pueden humillarnos.
Las reglas solo son eso, reglas. Son instrumentos para
relacionarnos personas e instituciones. Son parte de nuestro pensar-hacer. En
tanto instrumentos nos facilitan la vida en unos casos, en otros nos pueden
permitir pensar en cómo resolver algo que no puedo solucionar con tales reglas.
Si uno piensa que las reglas son obstáculos e impedimentos,
solo está justificando su no-hacer. Y achacamos a las reglas nuestra
inoperatividad. Debemos tener cuidado con esta salida fácil a la búsqueda de
soluciones. Porque justificamos lo que no tiene justificación.
Al asumir las reglas como lo que son, es decir,
instrumentos. Abandonamos la idea del «pobrecito», de querer que nos traten con
esa mirada de huérfanos, abandonamos la mendicidad en nuestro pensar-hacer.
Asumimos la vida como lo que es, un conjunto de acciones prácticas. Y estamos
en ésta para intervenir o no en ella.
Ante las reglas tenemos nuestra decisión, que involucra lo
personal y lo social. Nuestra decisión es más importante que las reglas, porque
aquella es dinámica y éstas son estáticas. La regla permanece. La decisión, por
el contrario, se modifica según la circunstancia y somos dueños de ella.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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