La
desesperación no es la única forma por la cual se quiebra nuestra esperanza. Porque
además de aquel que desespera hay el que está conformado una desesperanza
radical, este último ni siquiera desespera; permanece indiferente e inerte ante
la perspectiva de la situación. E incluso es indiferente a su aniquilación, a
su vida. Ésta es una de las formas de desesperanza que nos acecha en estos
momentos de crisis.
Nuestro
tiempo es más de desesperanza que de desesperación[1].
Los que buscan consolarnos, casi siempre, aumentan nuestra desesperanza; porque
tal consuelo nos remite a un aquí y ahora, con el cual nos quitan la
posibilidad del futuro, es decir, nos hieren en nuestra herida.
Esos
que buscan consolarnos nos quieren dar tranquilidad, seguridad, estabilidad. No
obstante, unas veces se refieren a la seguridad social, al aumento de salario,
algo propio de los gobiernos e instituciones. Otros lo que hacen es esgrimir fórmulas
y recetas intelectuales cuidadosamente envasadas por la práctica del mercadeo o
por lo insulso de los medios de masas.
Ambas
nos etiquetan, nos dan garantías e instrucciones para nuestro uso personal; con
las cuales nos intentan persuadir de que ya sabemos cómo son las cosas, de que
todo está resuelto y, por tanto, nada tenemos que temer; la cosa se resolverá
por sí sola lo que tenemos que actuar o esperar. En otros casos, nos anuncian a
dónde nos llevará la situación que vivimos, los pasos contados, nos sermonean
con cualquier dialéctica predeterminada.
En
las épocas de desesperación y desesperanza existen todo género de profetas,
mayores y menores. Los cuales nos anuncian o mundos apocalípticos o mundos de
luz, otras nos anuncian fórmulas un tanto insulsas. Así se nos pinta el
horizonte próximo y éste parece ser nuestro destino.
Sin
ilusiones ni promesas, quién lo duda, nos parece que cualquier figura que va
tomando contorno se parece mucho a lo imaginado por los profetas y agoreros. Nuestro
mundo se encuentra sin sorpresas al proceder nosotros mecánicamente; ya que no
nos damos cuenta del carácter superficialmente y extraño de nuestro tiempo
presente y futuro.
A la
vez, no sabemos o nos negamos a imaginar cosas realmente nuevas y originales en
esta época de dolor. Cuando pensamos que todo «siempre será así», que todo «será
uniforme» renunciamos a lanzar una ojeada inquisitiva, reflexiva y socrática al
futuro. Nos negamos la posibilidad de la libertad, la innovación y, por lo
tanto, de la sorpresa.
Podemos,
claro está, imaginarnos también la posibilidad opuesta. La crisis se produce porque
al sentirnos otro no sabemos qué hacer con nosotros mismos. Perdemos nuestra
identidad, nuestro yo. En este sentido, no es solo el hecho de no saber qué
hacer, que es algo propio de la desorientación o del ignorar.
Cuando
no conocemos nuestros propios límites ni nuestras fortalezas, no sabemos hasta
dónde podemos llegar ni que metas podemos alcanzar. Por ello, es necesario
tener que explorarnos, salir de nuestra forma de vivir, de nuestra época, para
plantearnos el futuro como una radicalidad desconocida.
Solemos
olvidar que ninguna circunstancia agota nuestra situación. Dejamos de lado el
hecho de que no todos los elementos de nuestras circunstancias forman parte de
una situación; solo forman parte las que son históricamente variables y que nos
sitúan, adecuadamente, a una altura del tiempo que vivimos.
La
situación es sólo circunstancial y uno de los elementos fundamentales que la
configuran somos nosotros mismos como posibilidad. Es nuestra pretensión o proyecto —individual o colectivo— lo que confiere
carácter (ethos) de situación a las determinaciones circunstanciales que nos
competen.
Por
esta razón, una misma situación permite diversas salidas o alternativas de
solución; las cuales son de muy distinto signo, es decir, una situación
presenta diversas posibilidades. Sin embargo, es posible que dominados por la
desesperanza y persuadidos «de que así podemos seguir indefinidamente» o «que
estamos dispuestos a seguir así indefinidamente», avanzamos en forma mecánica,
sin reflexión.
Se
puede dar la posible solución inversa, esto es, que descubramos que no hemos
dado aún con nuestra medida, con nuestro proyecto, con nuestros objetivos y
metas. Por cuanto, al no tener un
proyecto la vida se nos presenta como un inagotable camino hecho de riesgos,
incertidumbres, invenciones vagas. Lo contrario es la construcción de un
conjunto de sorpresas y esperanzas en un mundo de acciones prácticas y reales,
esto es, la construcción de nuestro proyecto de vida.
Cuando
estamos en crisis, se nos anuncia un horizonte oscuro y se nos habla de las personas
como sujetos apocalípticos. No obstante, olvidamos que uno de los aspectos más
importante es la posibilidad de generar un proyecto abierto y libre, inacabado
y nunca hecha del todo, sin medida ni figura fija. «La persona como proyecto»,
dirían Sartre y Heidegger. Pues, la vida nuestra vida es una pensar-hacer por
la existencia.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
[1] En
el artículo anterior indique la diferencia en ambas. Ver, http://obeddelfin.blogspot.com/2018/06/desesperacion-y-desesperanza.html
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