La
compasión, aunque nos cause tristeza y emociones inadecuadas, es inevitable que
la sintamos por un ser querido o por alguien que sentimos se parece a nosotros.
Nuestra vida moral, muchas veces, se asienta en este sentimiento.
Tanto
la piedad como la malicia, según Hume, son pasiones inherentes a los individuos.
La compasión consiste en la preocupación por los otros; la malicia, por su
parte, es el gozo por la miseria de las desgracias de los demás.
La
compasión, la podemos explicar por la simpatía que constituye nuestro ser. La cual deriva del parecido que tenemos con
los sujetos o seres que nos parecen semejantes, aunque no sean de la misma
especie. De allí, la piedad que sentimos por ciertos animales.
La
beneficencia, la amistad, la gratitud, la afección natural y nuestro espíritu
público, nos señala Hume, están relacionados con nuestra buena voluntad y con la
aprobación que obtenemos en cuanto la idea humanidad. Lo que nos lleva a una simpatía
y a una preocupación con y por los otros. Esta es una generosa manera de
mostrarnos.
Tales
sentimientos son intrínsecos a nuestra constitución de sujetos. Los cuales
llamamos «sentimientos de humanidad», tal como la hecho Hume. Ante la ausencia
de tales sentimientos decimos que los individuos no se comportan como humanos. Por
el contrario, cuando hacemos muestra de los mismos se nos otorga el reconocimiento
que merecen tales sentimientos. Consideramos que la benevolencia otorga gran
mérito en nuestro actuar y sentir. Pues, esta virtud es el sentimiento que nos identifica
como seres semejantes.
La
condición natural de la compasión, como sentimiento intrínseco y no aprendido, ante
la debilidad y la insuficiencia de nosotros y de los demás explica la necesidad
de la justicia. Ya que, la mera compasión y las virtudes de la benevolencia nos
son adecuadas para nuestro intercambio social.
Con
la compasión, que es natural y espontánea, aparece la justicia como una virtud
impuesta y de características diferentes. Pues reconocemos la justicia, y ésta merece
nuestra aprobación por la «utilidad pública» que representa, en un entorno que
no ofrece las condiciones suficientes a todos por igual. Estoy hablando de la
justicia como construcción social y del Estado.
La
justicia, en este sentido, es un derivado pragmático de la compasión; el
complemento corrector que asiste al que necesita ayuda más allá del sentimiento
de compasión o que esté despojado de éste. Porque la justicia, parte del
supuesto de que, por lo general, en nosotros hay malicia, somos parciales; no
tomamos partido por la humanidad en general sino que tomamos partido por nuestros
propios intereses propios y por nuestros semejantes más próximos.
La
relación de la justicia es una correspondencia diferente a la que se establece
con la compasión, aquella no es un sentimiento intrínseco ni espontáneo y debe
ser aprendido. Por ello, se hace necesario ser movidos por la justicia. Una
justicia que necesita al Estado y a unas instituciones que obliguen a los
ciudadanos a comportarse como tales y a pensar en los seres que sufren.
Pasamos,
entonces, del individuo natural a la constitución del ciudadano. En este
traspaso de la compasión a la justicia, la primera se vuelve superflua. La concebimos
como una debilidad que elude enfrentarse a las grandes injusticias o que solo
es una buena conciencia. Por cuanto, la compasión es un buen sentimiento.
Sentimiento
que poco puede hacer para transformar y corregir las desigualdades y, en muchos
casos, pensamos que tal sentimiento las enmascara evitando que muestren su
realidad más autentica. Por esta razón, la compasión y la justicia se nos
terminan presentando como dos valores antagónicos.
Ya
que la justicia contractual veta cualquier gesto de compasión por contraproducente.
Así bajo el contrato social la compasión como sentimiento individual no puede solicitarse.
La plusvalía de la justicia relega a la compasión a una virtud individual que
se queda en sí misma. Como un sentimiento que solo acierta a decir «qué pena».
No
obstante, la compasión va más allá y ser, al mismo tiempo, la promulgadora de
la justicia. En este sentido, la compasión es la respuesta adecuada a toda
humillación, pues reconoce de manera inmediata lo humano; y puede anular la
actitud despiadada que nos despoja de nuestros sentimientos humanidad.
Desde
esta perspectiva, es necesario recuperar el sentido de la compasión como signo
de humanidad. A través del cual uno se acerca y se conduele con el semejante. Ya
que la compasión es una emoción propia de nuestra finitud humana. Que nos hace
repugnar el sufrimiento ajeno.
La compasión
genera la responsabilidad ante el otro, como diría Levinas. Es una ética
posible fundada en la compasión. Aristóteles,
por su parte, se interroga sobre ¿qué hay que hacer para conseguir una
compasión éticamente razonable? Ajena al moralismo de buenos sentimientos que
solo se reduce al lamento superficial y vano. Una ética que promueva el
desarrollo de la justicia.
Las
emociones son rasgos motivacionales y cualquier concepción de vida debe tener
en cuenta tales motivaciones. Si nuestra dignidad está en nuestra capacidad de
elegir y actuar, entonces la compasión no puede estar vinculada a la superficial
pasividad. Pues, como seres dependientes unos de otros tenemos la forma de
concebirnos de manera ética.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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