Acumular conocimiento y destrezas es muy valorado y
recompensado. A esta acumulación la llamamos experiencia entendida, la misma,
como lo que ya sabemos. Tal conocimiento determina nuestro estatus, nos da
influencia, poder y reputación. Incluso hasta la mera apariencia de
conocimiento confiere dignidad y llama la atención.
El status y poder que alcanzamos con nuestro conocimiento y
experiencia nos hace sentir importantes y valorados. Esto nos da mayor
confianza. No obstante, el problema con el conocimiento y la experiencia reside
en que nos aferramos a éstos, incluso, en situaciones en que nos limitan. En
tales casos, resulta más un estorbo que un beneficio, pues nos impiden obtener
un nuevo aprendizaje y una nueva experiencia. Se convierten en algo limitante.
El conocimiento y las certezas establecidas nos hacen caer
en el error de confiar ciegamente en nuestra experiencia actual. Tener una
confianza razonable en nuestro conocimiento es vital para sobrevivir y salir
adelante en la vida. La falta de confianza, por el contrario, provoca baja estima,
bajo rendimiento y relaciones interpersonales deficientes.
Tener una confianza razonable en nosotros mismos no es
problemático, pero la seguridad excesiva sí lo es. Esaa confianza exagerada o
irreflexiva nos predispone a creer que lo que sabemos es una verdad
irrefutable, lo cual nos lleva a percibir las cosas desde único punto de vista,
el nuestro; lo cual puede ser erróneo. Tal
actitud nos conduce a sobrevalorar nuestros juicios y nuestras capacidades.
Debemos de tener cuidado con esta sobrevaloración irreflexiva
de nuestro conocimiento y experiencia, porque cuando nos enfrentamos a algo que
sobrepasa nuestra comprensión los mismo entran en conflicto y se apodera de
nosotros el miedo; en ese momento buscamos a alguien que nos diga qué hay que
hacer.
Como, por lo general, nuestra visión del problema está
integrada dentro de nuestro conocimiento y experiencia, al fallar éstos
colapsamos. Pues considerándonos unos expertos solemos centrarnos en lo que
sabemos para analizar todo, pero no consideramos admitir que no sabemos.
El conocimiento establecido, que poseemos, nos produce un
sesgo de anclaje. Lo que conocemos está bien anclado, bien fijado. Tal sesgo
determina que poseemos una perspectiva fija y reducida, es decir, a un saber ya
establecido. Tal perspectiva nos puede impedir tener una visión más amplia de
los elementos que tenemos delante de nosotros.
Por nuestro conocimiento y experiencia asumimos que sabemos
lo que hacemos; y además, proyectamos esa apariencia a los demás. En muchos
casos, aunque sabemos que no es así preferimos creer en la falsa seguridad del
conocimiento establecido, por lo cual no cuestionamos ni exploramos otras opiniones,
puntos de vistas, otras perspectivas. Esta dependencia, la extrapolamos en nuestras
relaciones interpersonales al considerar que quien es nuestro líder no puede
ser cuestionado.
Hay situaciones en las que podemos saber pero el avance se
dificulta, debido a la presión y exigencias exteriores e interiores que
sentimos en nuestro entorno. Tales presiones nos hacen propensos a ser inmunes
a las dudas contribuyendo a proyectar que sabemos de lo que hablamos, aunque no
tengamos ni idea. Evitamos la actitud socrática, esto es, admitir que no
sabemos.
Como el conocimiento da valor y seguridad, esto nos lleva a
que permanentemente estemos al día con lo que ocurre en nuestro campo de
conocimiento y a que hablemos con mucha convicción, esto hace que los demás nos
vean como personas competentes. Porque ser competentes nos ubica en un status
elevado. No obstante, de allí nace nuestra necesidad de certeza, de saber lo
que está pasando, de estar al día.
Como esto está tan arraigado en nosotros no somos
conscientes de la presión que esto ejerce en nuestras vidas, en cómo se
manifiesta y cuál es su efecto. Nos queremos convertir en expertos, en sujetos
certeros. No admitimos la duda, ni la incertidumbre; la erradicamos de nuestras
vidas, aunque siempre están agazapadas por allí
al acecho.
Esta ilusión de que los expertos saben lo que hacen, nos
aporta una gran tranquilidad. Es la necesidad de las figuras de autoridad, la
cual está muy arraigada en nosotros. Queremos creer que hay alguien que puede
solucionar los problemas a los que nos enfrentamos, ayudarnos, salvarnos;
incluso aunque nuestra experiencia nos diga lo contrario.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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