Nuestra
existencia es permanentemente un conjunto de dualidades, de contradicciones; que definen de nuestra existencia
de manera insuficiente. Pues, siempre sentimos que nos falta un fundamento más
hondo. En la contrariedad de contingencia y esencia, de facticidad y libertad,
de singularidad y generalidad hacemos nuestro día a día; lo que nos aporta o
construimos una determinada existencia; aún cuando falte el fundamento que haga
posible la unión de tal contrariedad.
Este fundamento
proviene del hecho de que nos relacionamos con nosotros mismo y con otras personas.
De esta forma, configuramos nuestro ser
entero. Donde lo que nos importa, al tener conciencia de ello, es nuestra esencia
y nuestra libertad. Al decir, «me
importa» queremos decir que somos responsables y respondemos por nuestro ser y
hacer.
De
este modo, nuestra configuración contiene el hacernos responsables de nosotros
mismos y, en muchos casos, de otros más. Por ello, nosotros somos más que un
mero objeto aislado, o un mero hecho sin relación con otro cosa. Nuestra
existencia, en este sentido, es una existencia comprometida con realización responsable
de nuestro ser y hacer. Es una continua realización de nosotros mismos en correlación con otras personas.
Somos energía
de auto-realización. Actos de existencia que contienen en sí y para sí las metas
que nos proponemos. Esta actividad la revertimos sobre nosotros en un acto
autorreferencial, al irnos conformando. Nuestra existencia es movimiento y como movimiento, tal
como señala Aristóteles, es posibilidad a una realidad. En este aspecto, nuestra
existencia es un existir en la posibilidad.
La
realización de nuestras posibilidades es el movimiento de nuestra existencia, que
la producimos a través de la reflexión y el hacer. Pues, sin reflexión, sin
pensamiento, sin acción consciente no hay existencia. Nuestra existencia no es
ni un mero pensamiento ni un mero hacer, no es algo que puedo poner encima como
una camisa o vestido. Nuestra existencia en nuestro pensar-hacer en la
configuración de las posibilidades que ideamos.
Por
ello, la reflexión es acción, por la cual tomamos conciencia de que nuestra vida
transita en un conjunto de polaridades, de contradicciones. Entre las verdades y las no verdades del
vivir, que contienen las modalidades del ocultamiento, de la cerrazón, de la
ilusión, de la mentira y de sus contrarios.
Estos
diferentes planos en que trascurre nuestro vivir nos deben servir como puntos
de partida para la reflexión y el hacer de nuestra existencia. Ya que tales planos son, en el fondo, el
conjunto de relaciones con nuestras verdades, creencias, ilusiones,
escepticismos, críticas… Y constituyen éstos nuestros planos de cerrazón, de
ilusión, de engaños; planos en los que estamos dispuestos a saber y a tomar conciencia
de nosotros, de nuestro entorno y nuestras circunstancias. Planos para
proponernos metas; planos de apertura, de estabilización y de reflexión como
acción, donde ésta no es un simple cavilar.
La
reflexión es un elemento de la acción, por medio de la cual rompemos la
cerrazón en que nos podemos encontrar, para apartarnos de una pseudo-verdad, de los
engaños. Para plantearnos la visión de lo que somos o queremos ser. Con la
reflexión nos abrimos a nosotros mismos y a los otros. Por esta razón, la reflexión
es apertura al mundo pues nos conduce a la comunicación. Y en la comunicación estamos
abiertos y próximos al amigo, al padre, a la mujer, en fin a otras personas.
Por
medio de la reflexión activa estamos ligados a nosotros y a otras personas; decidimos
por una propuesta de vida frente a otras; somos honestos con nosotros. La reflexión
de nuestra existencia nos descubre como una pensar-hacer, porque aquella es la
superación de una cerrazón, de la clausura que retrae nuestra existencia como
si fuera una mera cosa.
Nuestra
reflexión es el des-ocultamiento de la pesadumbre que aplasta nuestro vivir. Donde
nuestro existir está entregado a la dispersión, a lo inconsciente e
intensamente enredado en la madeja del mundo, esto es, a las cosas, al trabajo
ciego, a la distracción e inmediatez del placer y el entretenimiento.
En esa
cerrazón y pesadumbre nos imponemos una clausura que se manifiesta como desesperación.
Es la forma pasiva del desesperar, porque estamos en la incapacidad de aclararnos
con las fuerzas de la reflexión. Estamos incapacitados en un pensar-hacer inauténtico.
De allí la desesperación que nos lleva a lo que no somos, y que nos aferramos
caprichosa y obstinadamente a cualquier vacua pretensión, a un proyecto
cualquiera que puede acabar una voluntad de autodestrucción.
En
oposición a esa cerrazón y pesadumbre, está la apertura reflexiva que descansa
en elegirnos nosotros mismos. En asumirnos en la plena consciencia de nuestra
situación, en nuestra plena contingencia; una contingencia que opera como una tarea
que debemos realizar; que hemos aprehendido y comprendido como la
responsabilidad de nuestro pensar-hacer. En este sentido nuestra existencia gana
claridad, porque en el instante que percibimos lo que una situación nos exige dejamos
actuar la libre posibilidad que somos.
Referencias:
Twitter:
@obeddelfin
No hay comentarios:
Publicar un comentario