Los sentidos originarios
de la ataraxía remiten campos pragmáticos, nos dice Julian Marias[1]. Demócrito,
citando Marias a Estobeo, señala que la “ataraxía; consiste en la distinción y
discernimiento de los placeres” en tanto éstos son los más convenientes para
los hombres.
En este sentido, la
ataraxia se despliega en un contexto positivo y activo. Ya que no se trata de
ninguna abstención, de ninguna suspensión del juicio ni de la actividad; sino que
determina la distinción, por una parte, y el discernimiento, por otra, entre
los placeres.
La ataraxia, en
este aspecto, no consiste en un «aguantar pasivamente» o en un desinteresarse por
las cosas del mundo con indiferencia. Se trata, más bien, de considerar con
mirada alerta la situación en que uno se encuentra y de las cosas en ella
están. Para poder discernir, distinguir
y lograr, de esta manera, la prosperidad y el bienestar.
Aristóteles, por su
parte, en Ética a Nicómaco libro IV expresa la ataraxia en un contexto de equilibrio
y moderación. Donde el hombre desea vivir
libre de alteraciones o perturbaciones, y se deja llevar por las pasiones en la
medida y el tiempo que la razón manda. Para el filósofo la ataraxia consiste en
un término medio. No es ésta una falta de reacción, de impasibilidad o ausencia
de indignación y coraje. La ataraxia aristotélica es una mesura, diferente a la falta de emoción.
Por tanto, el «atárakhos» siente indignación, enojo o cólera. No obstante, es
dueño de tales pasiones, las refrena y domina, y puede permanecer sereno.
En el libro III, de
Ética a Nicómaco, Aristóteles indica que el hombre valiente en los momentos de
peligro permanece atárakhos (sereno) se
porta como es debido. Como apreciamos la ataraxia no es apatía, ni es imperturbabilidad
en el sentido negativo del término. Por el contrario, es más bien impavidez, de
lo que se trata es de conservar la calma en el peligro, de afrontar éste, u
otras situaciones, sin alterarse.
Según Aristóteles,
es más valiente quien se mantiene impávido e imperturbable ante una
circunstancia adversa; por lo que la valentía procede más de hábito que de
preparación.
La ataraxia consiste,
desde este punto de vista, en un «estado de alerta», dado por la serenidad y la
clarividencia en función de una posible acción. El valor ante las situaciones
inesperadas e imprevistas es una actitud hecha de serenidad, de calma atenta que
permite obrar con prontitud y acierto; aun sin una previa preparación.
El estar alerta es
un ponernos en guardia en caso de un posible ataque o imprevisto, es estar
atentos a las situaciones del mundo. Por tanto, es una acción. La diferencia
con la abstención o suspensión de los escépticos; con la apatía, la ausencia de
perturbación y dolor de los epicúreos, es evidente. Para Aristóteles, en cambio
la ataraxia es, a la vez, un estado sereno y tenso, un estado de alerta, un
estado de atención hacia las cosas del mundo.
La ataraxia
aristotélica es una ataraxia que se dirige hacia algo, que tiene la mirada
puesta en algo; de allí que sea un «estar alerta» por y para las cosas que
suceden, por las situaciones dadas y que nos afectan. La ataraxia es un
movimiento en acto y potencia. Es acción.
Referencias:
Twitter:
@obeddelfin
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