En
nuestro último o anterior artículo quedamos pendientes por tratar sobre «La invención de las intenciones», las
cuales conforman la segunda discusión en la conversación del ¿qué pasó? Y me
refiero a la invención de las intenciones del otro. Porque ambas partes que
conforman la discusión inventan las intenciones del otro.
Lo
que yo piense o imagine acerca de las intenciones de la otra persona afecta a
mi manera de pensar y sentir sobre esa persona; asimismo afecta el modo en que
se desarrolle nuestra conversación. Si pienso que las intenciones de la otra
persona son dañinas para mi asumiré una actitud defensiva; si en cambio, pienso
que tienes buenas intenciones me abriré a sus propuestas.
Por
eso, cuando le tenemos desconfianza a alguien cada vez que esta persona se
dirija a nosotros reaccionaremos de manera defensiva, estaremos al acecho para
descubrir en qué nos quiere perjudicar. Por esta razón, cuando las relaciones
interpersonales están deterioradas siempre tenemos una predisposición o
prejuicio hacia la otra persona.
El
error, por lo general, que cometemos con la invención de las intenciones es profundo.
Ya que suponemos que conocemos de antemano la intención de la otra persona, cuando
en realidad no es así. Y esto lo hacemos hasta con personas que no conocemos.
En otros casos, cuando no estamos seguros de las intenciones de alguien, por lo
general imaginamos o decidimos que tiene malas intenciones.
Podríamos
considerar que son un mecanismo de defensa, de protección de nuestro cerebro
reptil. Y en este caso nos protegen de las acechanzas externas. Pero acá nos
estamos refiriendo a las intenciones que inventamos en el transcurso de
nuestras relaciones, de nuestras conversaciones que pueden con amigos, pareja,
compañeros de trabajo…
En
el caso del párrafo anterior no son solo un mecanismo de defensa; son también
un problema que debemos solucionar, para que nuestras conversaciones y
relaciones no sigan deteriorándose. Es cierto que las intenciones las deducimos,
imaginamos o inventamos a partir de la conducta de las otras personas. No son
gratis en la mayoría de los casos. Tienen un fundamento.
No
nos inventamos las intenciones del otro de una nada, existen razones para hacerlo.
Sin embargo, muchas veces asumimos las intenciones del otro permanentemente, no
preguntamos cuáles son. Solo decidimos que son las que nosotros imaginamos. Y
aquí es donde se comienzan a presentar los problemas, y más que comenzar a
ahondarse. Que es lo más grave de nuestras invenciones.
Ante esta situación de un inventar constante
de cuáles son las intenciones del otro debemos detener esa práctica. Ese mal
hábito, porque en eso se transforma. El quiere hacer esto o ella pretende esto
otro… y así estamos permanentemente. Debemos romper esta manera de llevar
nuestras relaciones y conversaciones. Porque es inadecuado.
Es
inadecuado porque no damos margen a la otra persona. En última instancia, lo
que tenemos es un soliloquio dentro de nuestra cabeza. No importa lo que la
otra persona diga, nosotros somos un tribunal que juzga a partir de nuestra
invención al otro. No hay apertura posible. Este es el problema de la invención
de las intenciones del otro.
Nuestras
invenciones las asumimos como verdad. Y esto cierra toda posibilidad a
destrabar una conversación difícil. Por tanto, debemos detener tales
invenciones y dar cabida a las interrogantes, a la indagación sobre lo que el
otro pretendía o pretende.
Preguntarle
abiertamente qué desea hacer, cuáles son sus pretensiones… A lo mejor no tiene
ninguna o tiene unas intenciones confusas, o no sabe cuáles son. O tiene unas
intenciones equivocadas a partir de sus propias invenciones. O tal vez sí tiene
malas intenciones para nosotros, pero esas no nos las dirá.
Para
allanar las conversaciones difíciles es necesario indagar sobre las intenciones
del otro, no inventarlas. La invención indiscriminada de las intenciones del
otro es un camino inadecuado para solucionar las conversaciones difíciles. Lo
adecuado y beneficioso es la indagación abierta de las intenciones del otro.
El
tercer error que cometemos en la conversación del ¿qué pasó? tiene que ver con
el marco de la culpa, éste lo abordaremos en el próximo artículo.
Referencias:
Twitter:
@obeddelfin
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