Cuando invertimos en algo todos deseamos
obtener ganancias. Si invertimos en lo financiero, lo corporal, el conocimiento
o los valores tenemos el deseo de obtener un tipo de ganancia, ese es nuestro
deseo y por eso invertimos. Si invierto en lo corporal es porque deseo un
cuerpo saludable, o si invertimos en un negocio es porque esperamos que el
mismo nos dé una renta para vivir.
En esta acción fusionamos de dos
aspectos, a saber, nuestro deseo y nuestra inversión. No obstante, en muchos
casos, nuestros deseos no se cumplen o no son satisfechos por medio de la
inversión que hemos realizado. Por lo que la inversión se convierte en un gasto,
el cual nunca tiene retorno; y en caso
extremo en un derroche que puede llevarnos a la bancarrota. ¿Qué ha fallado en
ese proyecto de inversión? Y ¿Por qué ha fallado?
Muchas veces nos dejamos llevar por
nuestras ilusiones de perspectivas, aun cuando sabemos que son ilusiones; éstas
nos impiden evitar los errores en la evaluación de la inversión que hemos
realizado. La ilusión, en tanto espejismo errado, hace que al invertir, sea
dinero o esfuerzo, para hacer algo tendamos a continuar haciéndolo, aunque sepamos
que estamos teniendo más pérdidas que ganancias.
Persistimos en continuar haciendo lo que
estamos haciendo, con la certeza real de que no estamos obteniendo ninguna
ganancia. Pensamos que estamos aprovechando nuestra inversión aunque no haya
ningún retorno de capital financiero, de conocimiento, de salud, de valores… A esto es lo que se llama el «tozudez del inversionista»
que se produce por la obstinación del mismo.
Tal obstinación se encarna en que hemos
invertido en algo y, por tanto, debemos mantenernos en esa inversión aun cuando
solo hay pérdidas. Para ello buscamos justificar por qué la inversión no tiene
retorno, o de tenemos la vana esperanza de que ya vamos a tener ganancias. Por
ejemplo, con esta próxima tirada de dados ganaré el premio. Esta tozudez explica
la persistencia de muchos matrimonios fracasados que continúan en bancarrota,
pero en el cual los inversionistas continúan juntos; más amargándose que siendo
felices.
Nuestra obcecación no
mantiene adheridos a una mala decisión; comprometidos rabiosamente
a un proyecto fracasado, en cuya realización hay más pérdidas que ganancias.
Nos negamos a renovar nuestra decisión, persistimos ciegamente en nuestro empeño.
Insistimos en la incomodidad o en el esfuerzo sin frutos; pervivimos en la «molestia soportable» o en la situación
del aguante. En Venezuela se usa el término
«guapear» que significa soportar la situación adversa.
La testarudez, que es propia del demente y del
fanático, es la fuerza bruta de la voluntad con ausencia de la evaluación de la
situación, de las metas, de los objetivos. Lo prudente es saber cuándo hay que
perseverar y cuándo hay que desistir. De allí la importancia de la prudencia en
nuestras vidas, que es sabiduría. Lo otro es sapiencia.
Aunque la testarudez es la fuerza bruta de la
voluntad es un déficits de la misma; pues entraña la dificultad de evaluar el cambio
de una inversión o proyecto. El persistir en nuestro error es la causa de
nuestro fracaso. Pues, una vez que hemos tomado una decisión nos resulta muy
difícil reconocer el error de la misma y, además, cambiar de opinión. Esta
persistencia nos fuerza a insistir, con más energía, en el mismo error. No
evaluamos, solo persistimos.
Seguimos llevando adelante nuestra decisión, aun
cuando ésta siga produciéndonos más pérdidas. Empleamos estrategias cuya
inutilidad está demostrada. Nuestra reticencia a detener una inversión o un
proyecto es continuar un derroche más desmesurado. Continuar, por ejemplo, un
matrimonio o un noviazgo fracasado es pasar de la amistad al odio, es dañarse
mutuamente; es empeñarse en las pérdidas.
La testarudez puede ser peligrosa cuando la misma
está dirigida inadecuadamente. La fuerza de voluntad sin las herramientas de
evaluación, de análisis puede resultar equivocada con vista a un fin. Una
fuerza de voluntad sin prudencia puede convertirse en una estampida. Pues, la
prudencia corresponde a la buena deliberación y podría regularizar esa fuerza
de voluntad para que no se convierta en una ciega obcecación.
Referencias:
Facebook: consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
Youtube: Obed Delfín
Twitter: @obeddelfin
No hay comentarios:
Publicar un comentario