La
primera versión de uno mismo, por lo general, es algo más corta, pues ésta se compone de una infancia borrosa
que no le pertenece a uno. Por el contrario la presente obra, me refiero a la
vida consciente, es algo más que una simple reimpresión e incluso que una edición
corregida y aumentada de aquella infancia inédita, aunque permanecen de ésta elementos
básicos que nos definen.
Somos
en nuestra vida una especie de reescritos; de capítulos casi enteros y en
ocasiones considerablemente ampliados. Hay partes en que los retoques, los
cortes y las transposiciones no han respetado casi ninguna línea de la versión
anterior. En otras, por el contrario, hay largos pasajes de la versión anterior
que permanecen iguales.
Nuestra
historia, tal como hoy se muestra, es una reconstrucción de los años pasados y
la posibilidad de los años futuros. Sin embargo, somos una reconstrucción donde
lo nuevo y lo anterior se imbrican hasta tal punto que casi es imposible discernir
donde empieza el uno y acaba el otro.
Ni
los personajes, ni los nombres, ni los caracteres, ni nuestras relaciones
recíprocas y el escenario en que nos situamos son los mismos. Los temas
principales y secundarios de nuestra vida, su estructura, el punto de partida
de los diversos episodios y nuestros epílogos, en algunos casos, no han variado
en lo más mínimo; en otros presentan un rostro nuevo.
Nuestra
vida tiene por centro el relato entre lo histórico y lo simbólico que es nuestro
atentado por vivir. En este relato se entremezclan cierto número de figuras
tragicómicas, más o menos relacionadas con el drama de existir o, algunas
veces, totalmente ajenas a él. Aunque afectadas casi todas, conscientes o no, por
los conflictos de la época que nos toca vivir, tales figuras se agrupan en
torno a nuestros episodios centrales.
Nuestra
intención en la vida consiste en elegir a unos personajes que, a primera vista,
parecen escaparse de una comedia
o de una tragedia, con el único
propósito de insistir sobre lo que cada uno de nosotros posee de más
específico, de más irreductiblemente, para luego, adivinar cuál es nuestro quid
divinum más esencial. Que se encuentra, también, en nuestra primera versión
no oficial.
Nuestro
deslizamiento hacia el mito o la alegoría es más o menos semejante y tiende igualmente
a confundir en un todo lo que somos, lo que nos pertenece, lo que pensamos y
hacemos; en éstos se ata y desata nuestra aventura humana.
Nuestra
elección de un medio voluntariamente estereotipado, por ejemplo, el del
personaje de moda que pasa de mano en mano para unir entre sí nuestros
episodios, ya emparentados por la reaparición de los mismos personajes y de los
mismos temas; o por la introducción de temas complementarios, ya se encuentra en
nuestra primera versión. Acá predomina el símbolo de contacto entre unos seres sumidos,
cada cual a su manera, en sus propias pasiones y en su intrínseca soledad.
Al
reescribir nuestra vida acabamos diciendo, en términos a veces muy diferentes,
casi exactamente lo mismo. ¿Por qué obligarnos a una reconstrucción tan
considerable? La respuesta es bien sencilla. Al releernos, algunos pasajes de
nuestra vida nos parecen deliberadamente elípticos, vagos, sosos, aburridos, con
demasiados adornos en algunas ocasiones y demasiado blandengues en otras, o
bien simplemente fuera de lugar. Las modificaciones que hacemos de nuestra una
obra tienen la finalidad de lograr una presentación más completa y más
particularizada de ciertos episodios; de un desarrollo más profundo, de la
simplificación o del ahondamiento y enriquecimiento en otros.
Intentamos
acrecentar, en más de un pasaje, la parte de realismo o de poesía, lo que
finalmente es o debería. El paso de un plano a otro, las transiciones bruscas
del drama a la comedia o a la sátira frecuentes en nuestra vida. Empleamos la
narración directa o indirecta, el diálogo dramático y el monólogo interior,
destinado a mostrarnos un cerebro especular que refleja pasivamente el flujo de
nuestras imágenes e impresiones, por el que desfilan los elementos básicos de
nuestra persona y la simple alternancia del sí y del no.
Podemos
multiplicar nuestros ejemplos para interesar a los que leen nuestra historia.
Nos permitimos atacar de falsedad de escribir una obra nueva como una empresa
inútil, donde el impulso y el apasionamiento se hallan ausentes. Por el
contrario, es un privilegio y una experiencia el ver esa sustancia que nos
conforma, desde hace tanto tiempo inmóvil, hacerse dúctil, revivir aquella
aventura por nosotros imaginada en circunstancias que ni siquiera nos acordamos
ya.
Al
encontrarnos en presencia de nuestros hechos novelescos como ante unas
situaciones vividas, podemos explorarnos hondamente, interpretarnos mejor o
explicar con más detalle nuestro pensar-hacer; pero que no es posible cambiar. La
posibilidad de aportar a nuestra expresión de ideas o emociones el beneficio de
una mayor experiencia humana y más profunda, me parece es una oportunidad
demasiado valiosa que debemos aceptar con placer y prosperidad.
Referencias:
Facebook:
consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
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