Nos imaginamos que la razón es necesaria
para la supervivencia y la convivencia. No obstante, nos movemos y actuamos bajo
un pensamiento egocéntrico e incoherente, que va progresando hacia lo ilógico y
la arbitrariedad. El cual se agudiza en tiempo de dificultades económicas,
sociales, culturales… Pues está sometido a la intensidad de la necesidad
material, en la cual los individuos nos vemos apremiados a la preservación de nuestra
vida y la de los más cercanos a nosotros.
Así aun cuando estemos interesados en los
aspectos cognitivos de la inteligencia, debemos admitir que solo es necesario una
fuerte motivación para que los sujetos abandonemos los reductos íntimos y nos
lancemos a la defensa de nuestra realidad; que es, como hemos señalado, una
realidad determinada por la necesidad. Más cercana al estado de naturaleza que
a la civilidad.
¿Qué nos impulsaba a hacerlo? Lo que nos mueve
a pasar de la evidencia privada a la evidencia intersubjetiva, que en este caso
roza en la agresividad permanente, es una lógica débil conformada por nuestras
incoherencias. Tal impulso procede de la necesidad de relacionarnos con los
demás, pero no a partir de una relación armónica. La pasión por vivir con otras
personas está dirigida, en este caso, por un modo disfuncional de inteligencia
interpersonal.
En la ausencia de la civilidad las
necesidades vitales se imponen a la adecuación de la realidad, de la
comunicación con otros y a una cooperación en el plano práctico del mero interés
propio. Todas estas cosas exigen que la configuración de la conciencia de los
sujetos se estructure en un espacio voluble, no-común, intrapersonal y débil.
El hablar, por ejemplo, que no es diálogo permanece fragmentariamente en el
mundo privado, una tierra de nadie que no se utiliza para todos.
En esto consiste el uso de la lógica débil
e incoherente, que es una forma irracional de la inteligencia. Usamos una
operatividad transfigurada, en la que incluimos el no-razonamiento con el que
buscamos evidencias compartidas. Pues necesitamos intercambiar una realidad deformada
para entendernos con los demás, sin abandonar el ámbito cómodo y protector de
nuestras evidencias privadas, de nuestras creencias íntimas. Esto no es una relación sana.
No sopesamos las evidencias ajenas ni las
analizamos; tampoco las propias, pues éstas se han constituido en nuestra
evidencia más palmaria. Cerramos, con esto, el camino a la búsqueda siempre
abierta de una interpretación plausible, de unos valores firmes, claros y mejor
justificados. En este sentido, la irracionalidad y el encasillamiento de la
opinión personal nos llevan irremisiblemente a la violencia.
No exponemos nuestras ideas a la deliberación,
lo que hacemos es combatir entre nosotros. El uso irracional de la inteligencia
nos impide convivir, esto se concreta en la anti-ética en que nos desenvolvemos.
Por eso naufragamos en la búsqueda por la dignidad.
Si la inteligencia nos permite la
convivencia y, por tanto, la supervivencia social; la lógica débil e
incoherente es nuestra amenaza. A diario tropezamos con la misma piedra social
y personal, el comportamiento incivilizado. En este aspecto, somos sujetos
sociales fracasados, somos una sociedad fracasada. Porque solo ajustamos
nuestra realidad al estado de necesidad, que es una evidencia privada
convertida en realidad.
Somos incapaces de comprender lo que pasa
y lo que nos pasa; de solucionar los problemas personales y sociales. Vivimos
equivocados. Vivimos sistemáticamente equivocamos, por lo que emprendemos metas
disparatadas y nos empeñamos en usar medios ineficaces que nos hacen cada día
más disfuncionales. Desaprovechamos las ocasiones favorables y nos parece de lo
más normal; decidimos amargarnos la vida y la de otros sin ningún sentido de
responsabilidad personal. Terminamos, entonces, despeñándonos en la crueldad y la violencia.
Fracasamos como individuos y como sujetos
colectivos. Y en este fracaso la interacción es un abrasivo nivel mental, una
corrosión de las posibilidades. Cada sujeto está solo y empantanado en su
necesidad y necedad provocando dinámicas depresivas, que salpican el entorno. Somos
una sociedad depresiva por nuestro modo de vida, por los valores aceptados, por
las instituciones y por las metas que nos hemos y nos han propuesto.
Nuestra lógica débil nos ha convertido en
una sociedad enferma y traumatizada. Descarriada, que ha perdido el rumbo de
las interrelaciones, pues solo intenta sobrevivir en su famélica individualidad.
La incoherencia signa nuestro hacer diario y nos hunde permanentemente en el
fracaso. Esto no es vivir, es un mero durar.
Referencias:
Facebook: consultoría y asesoría filosófica
Obed Delfín
Youtube: Obed Delfín
Twitter: @obeddelfin
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