La
inteligencia emocional es, para Goleman, un conjunto de habilidades. Entre las
que destacan: el autocontrol, el entusiasmo, la perseverancia y la capacidad
para motivarse a uno mismo. Tales habilidades pueden ser enseñadas y
aprendidas.
Tal
aprendizaje brinda, a las personas, la oportunidad de lograr el mejor
rendimiento emocional posible; ya que potencia la capacidad intelectual de ésta.
Por lo cual, la diferencia entre las acciones emocionales de una persona y otra
radica en la inteligencia emocional que cada una de éstas posee y maneja.
La
importancia de la inteligencia emocional radica en que ésta constituye el
vínculo entre los sentimientos, el carácter y los impulsos morales. Es decir,
nuestra inteligencia rige nuestro hacer emocional. Además, según Goleman, existe
evidencia de que las actitudes éticas fundamentales, que adoptamos en la vida,
se asientan en nuestra capacidad emocional subyacente. Entonces existe estrecha
relación entre nuestro hacer emocional y nuestro hacer ético.
El
impulso-deseo es lo que motiva la emoción. Como éste es un sentimiento
expansivo, es a través de él que llegamos a expresar nuestras acciones
emocionales. Ahora bien, si estamos a merced de impulsos-deseos sin autocontrol,
entonces adolecemos de una deficiencia moral. Ya que nuestra capacidad de
controlar tales impulsos constituye el fundamento de nuestra voluntad y nuestro
carácter. Es decir, cuando no tenemos control de nuestro hacer ético es porque
estamos regidos por impulsos-deseos sin autocontrol.
De
ahí la importancia de la inteligencia emocional, porque ésta rige nuestro hacer
ético y emocional. Por lo cual, al poseer una habilidad emocional favorable
podemos poner coto a ese sentimiento expansivo que busca expresarse y someterlo
a nuestro control. En tal caso, ya no estamos sometidos a tales
impulsos-deseos, sino que éstos están bajo el gobierno de nuestra inteligencia
emocional. Al poseer control de tales impulsos, tenemos la capacidad de
realizar nuestras acciones morales bajo el dominio de nuestra voluntad y a
nuestro carácter.
La
inteligencia racional y emocional nos permite comprender el poder y los
objetivos de nuestras emociones. Nuestros sentimientos, nuestras aspiraciones y
nuestros anhelos constituyen nuestros puntos de referencias emocionales, por
los cuales guiamos buena parte de nuestro hacer.
La
inteligencia emocional, en cada emoción, nos dispone de un modo diferente según
cada circunstancia; aquella nos señala la dirección que nos permite resolver
adecuadamente los desafíos a que nos vemos sometidos a diario. En este sentido,
nuestro hacer emocional se fundamenta en unos valores éticos de existencia, que
terminan integrándose en nuestro pensar-hacer de manera autónoma. Porque lo
hemos decidido nosotros, no actuamos bajo un automatismo.
Nuestras
valoraciones y reacciones ante cualquier encuentro interpersonal son, en
primera instancia, producto de nuestras emociones; luego hacen su aparición el
juicio racional y el de nuestra historia personal. Rechazamos o aceptamos en un
primer roce a la otra persona por una química emocional, en ese momento no
importa si estamos racionalmente equivocados o no.
Ello
implica la presencia de tendencias emocionales, lo decimos «no sé, me cayó bien
a primera vista» No hay explicación racional, sino un impulso emotivo. Por lo
general, afrontamos los retos del mundo cotidiano con los recursos emocionales que
hemos heredados del pleistoceno. Afrontamos la vida con nuestros recursos
básicos y elementales, esta es la realidad de nuestro día a día. Así resolvemos
nuestras situaciones.
Las
emociones o pasiones son impulsos-deseos que nos llevan a actuar, a movernos
hacia; es decir, dirigimos una acción hacia algo. Muchas veces, por medio de
una reacción automática. Primero actuamos emocionalmente y luego sometemos esa
acción al juicio racional. Decimos «no sé, lo hice sin pensarlo» «actúe por impulso,
no medí las consecuencias». Son nuestros impulsos-deseos básicos los que nos
incitan a actuar.
El
conocerse a uno mismo, no nos lo libera de esa condición impulsiva. Eso sí, nos
permite darnos cuenta de nuestro impulsos-deseos en el momento en que éstos
tienen lugar, y poder controlarlos en caso de ser necesario. Lo que constituye el
recurso fundamental de nuestra inteligencia emocional. En este sentido, el
cuidado y el conocernos a nosotros y, además, nuestra inteligencia nos permite
el gobierno de nuestra propia vida.
La
meta, tal como señala Aristóteles, consiste en manejar la emoción apropiada en
una circunstancia determinada, es decir, un tipo de sentimiento en consonancia
con la situación en que nos encontramos. La meta no es acallar las emociones,
lo cual produce embotamiento y apatía. La meta es gobernarnos emocionalmente de
manera adecuada y favorable a nuestros fines; a nuestro proyecto de vida. Hacer
de nuestro pensar-hacer una praxis exitosa.
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