La emoción de desagrado como bien sabemos
es una emoción básica, que nos produce la
necesidad de expulsar de nuestra vida lo que nos causa repulsión. Tal
emoción desempeña un papel fundamental en nuestros rechazos fisiológicos, sociales,
personales, interpersonales, laborales… Es decir, cumple un rol importante en
nuestro pensar-hacer, porque lo modela y lo estructura.
Lo que nos interesa de esta emoción es su
carácter variable determinado por nuestro roce social y cultural. El lenguaje
corporal con el que manifestamos nuestro desagrado es expresado por arrugar la
nariz, elevar el labio superior y descender nuestras comisuras. Cuando nuestro
desagrado es muy fuerte sacamos la lengua para dar mayor énfasis, e incluso
hacemos el gesto de meternos los dedos en la boca y nausear.
Esta emoción es una reacción defensiva
contra determinadas circunstancias, personas, situaciones… Con lo cual evitamos
la aceptación de éstas porque nos parecen repulsivas y nocivas. Reaccionamos
con esta emoción ante experiencias desagradables vividas o por vivir; ya que
desarrollamos diversos grados de aversión a las mismas. En este sentido, el
desagrado nos protege de diferentes estímulos incómodos que pueden comprometer
nuestra vida.
El desagrado es una emoción necesaria y
adecuada; ya que por medio de ésta aseguramos nuestra supervivencia al protegernos
de la absorción de situaciones que comprometen nuestro pensar-hacer. Gracias al
desagrado evitamos llevar a cabo acciones que están en contra de nuestras
convicciones, de nuestros deseos, de nuestras metas. Por lo que se hace improbable
que realicemos acciones que estén en contra de nuestra ética y nuestra moral.
Pues, esto nos conduciría a una mala conciencia, a un estar en desagrado con
nosotros mismos que afectaría nuestro nivel cognitivo, fisiológico y
conductual.
A nivel cognitivo se produce en nosotros un
estímulo auto-amenazante, contaminante capaz de producirnos una alteración
permanente al estar inmersos en esta emoción, lo que nos llevaría a un estado
de repulsión personal. A nivel fisiológico, podemos sentir náuseas por nuestro
comportamiento, por nuestras acciones; como una reacción natural del cuerpo a
alejarse de lo desagradable. A nivel conductual, llevamos a cabo conductas de
repulsión y escape que nos sirven para comunicar nuestro desagrado o caemos en
estados depresivos al vernos inmersos en situaciones que no deseamos.
La emoción del desagrado social es
influenciada por las condiciones sociales y culturales en que nos
desenvolvemos, en que habitamos. Por ejemplo, el racismo es un desagrado
social; o cuando consideramos a alguien socialmente inferior a nosotros; o lo
que ahora se denomina homofobia. En este sentido, el desagrado es una emoción
que derivada de las condiciones sociales y culturales de nuestro entorno, las
cuales hemos asumido; las cuales tienen el fin de proteger y preservar unos valores
culturales particulares o específicos.
A partir de lo anterior, podemos hacer un
mal uso de la emoción del desagrado, que nos puede conducir a asumir actitudes
erradas e inadecuadas. Por ejemplo, a apartarnos de nuestras metas, a perder
nuestra brújula. Pues experimentamos sensaciones desagradables que están
influidas por los criterios de nuestro contexto, y no por nuestra reflexión
acerca de ellas. Creemos que si hacemos tales acciones o nos involucramos en
tales situaciones nos vamos a contaminar, a enfermar, esto es, que vamos a poner
en peligro nuestra supervivencia. Estos son criterios o prejuicios que hemos asumidos
de nuestro entorno social.
Al encontrarnos en esta situación es
posible que comencemos a tener un comportamiento errático relacionado con un
mal manejo de la emoción del desagrado. Lo que nos puede conducir a un estado
de ansiedad o miedo. Pues aquello que nos repugna tiene su origen en criterios
falsos y segmentados, lo que nos hace más propensos a rechazar ofertas o
situaciones basadas en prejuicios heredados, y no en juicios racionales
elaborados por nosotros.
Puesto que, usualmente, nuestro desagrado
tiene su origen en algún estímulo de carácter externo, sea social o cultural; lo
que nos hace creer que es potencialmente peligroso o molesto. Por lo cual,
generamos la necesidad de evitarlo o alejarnos de ciertas personas, lugares,
circunstancias… No obstante, aquello que provoca tal emoción no ha pasado por
el tamiz de nuestra reflexión. Por esta razón, es necesario reflexionar acerca
de nuestras emociones de desagrado social y cultural. Para evitar
pseudo-estímulos de desagrado.
Ya que a nivel conductual y cognitivo estos
pseudo-estímulos no-racionales de desagrado motivan una conducta de repulsión y
de escape que no tiene ningún asidero real. Con lo cual generamos respuestas de
escape innecesarias; evitamos situaciones aparentemente desagradables o
potencialmente dañinas sin saber si en realidad lo son o no; potenciamos
hábitos adaptativos inculcados por terceros pero no analizados racionalmente
por nosotros.
Lo que evitamos es experimentar una
sensación que no sabemos si es desagradable o no amparándonos en una actitud
protectora. Porque así lo dice mi mamá o mi papá, es lo que decimos cuando
somos niños. No obstante, en la vida adulta los prejuicios y esquemas asumidos
siguen funcionando.
Por lo cual, es necesario estar atentos a
la emoción del desagrado social debido a su cualidad de ser una influenciada
social y culturalmente; la cual asumimos de manera automática e irreflexiva.
Que a la larga nos puede alejar del éxito de nuestro hacer; alejarnos del éxito
de nuestro pensar. Pues lo que hacemos es reproducir desagrados aprendidos
inconsciente e irreflexivamente. Tenemos que aprender a distinguir
conscientemente cuál es el desagrado real, y cuál es el desagrado reflejo de
una cultura excluyente.
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