Es necesario aprender a concentrarnos en
aquello deseamos realizar. Ya que, todo aquello en lo que nos enfocamos tiende
a aumentar por nuestro hacer. Si nos concentramos en nuestras debilidades,
éstas aumentaran en sentido negativo, porque dedicamos mucha energía a ellas.
Nos volveremos más torpes o más inadecuados en nuestro hacer.
Por esta razón es más adecuado que nos
centremos en nuestras fortalezas. Pues, de esta manera, conseguiremos
resultados más favorables a nuestro pensar-hacer. Seremos más esplendidos con
nosotros y con los demás. Recordemos que donde se encuentra nuestra atención allí
está nuestra intención. Si deseamos mejorar nuestra salud corporal, debemos
centrarnos en nuestro cuerpo, en los ejercicios que deseamos hacer para
conseguir ese objetivo.
Un aspecto en el cual debemos centrarnos en
evitar es la «actitud de víctima». Tal actitud no aporta nada a nuestro favor.
Estar culpando a los demás lleva, frecuentemente, a un rompimiento de nuestras
comunicaciones. Pues, nadie está obligado a tolerar nuestro comportamiento de
víctima. Y no es tolerable estar masajeando en los demás nuestra condición de
víctimas; nos agotamos en ella y no aportamos nada provechoso a nuestro hacer.
A veces nos culpamos y nos sentimos
responsables de algo que no sabemos muy bien que es. O culpamos a otros para
mitigar nuestra culpa. No obstante, no analizamos esa culpa que nos molesta,
con el fin de entender de qué se trata tal culpa, si es real o no.
Asumimos, sin darnos cuenta, un
permanente culpar. Ésta se convierte en un ciclo peligroso que puede llegar a
actos violentos, al sentir que nadie nos comprende. Gritar y decir cosas
ofensivas se convierte, en cualquier momento, en violencia física. La violencia
generada por la culpabilidad constituye una permanente crisis de salud mental y
corporal.
Recordemos, además, que cuando nuestros
sueños y nuestras esperanzas mueren la depresión se adueña de nosotros. En ese
momento, tenemos que tener la posibilidad racional-emocional para dejar de
buscar culpables. Debemos buscar los motivos necesarios para crear un plan que
nos saque de ese estado. En muchos casos, necesitamos la ayuda de terceros y
debemos estar abiertos a esas terceras personas.
Para evitar esa condición de víctima
reconozcamos nuestras cualidades y las de los demás; esto es importante porque
nos centramos en lo que somos y nos hace ver a los demás como amigos. Debemos
valorarnos como personas; valorar lo que hacemos, nuestro trabajo, nuestros
amigos, nuestra capacidad de mirar al mundo. Debemos distinguir entre las actitudes
buenas y las actitudes que parecen bien. Las primeras, nos hacen productivos y
suman alegrías a nuestra vida; las segundas, son apariencias.
Lo que realmente buscamos en la vida es a
nosotros mismos. En este buscar, queremos la valoración y el respeto, que tiene
que comenzar por nosotros. El reconocimiento de nuestro trabajo, de nuestra
amistad, de nuestra familia; el desempeño de nuestra vida un aliciente que nos nutre
y nos da energía para afrontar.
Reconocernos, y reconocer a los demás, nos lleva a pensar y a sentir que en nuestro
desempeño estamos realizando lo correcto y estamos en el rumbo adecuado. Todos,
de una u otra manera, necesitamos del reconocimiento, necesitamos
retroalimentarnos y recibir retroalimentación favorable de quienes que nos
rodean. Por ello, debemos reconocer nuestro hacer y reconocer el hacer del otro
porque esto es importante, para ambos. Nos hace merecedores del nuestro respeto
y del respeto del otro..
Tenemos que elegir ser excelente en
nuestro pensar-hacer, porque éste involucra a otras personas. Somos excelentes
cuando influimos en los demás. Buscamos el bien para nosotros y para quienes
nos rodean, no estamos solos en este mundo. La excelencia es esa capacidad de
saber amar y de ser amado; velar por las cualidades de las personas al buscar
el desarrollo de sus fortalezas.
La excelencia es saber atender y apoyar
al otro con placer. Pues, tenemos que entender que podemos encontrar una forma
mejor de hacer las cosas. La prestancia es saber aprovechar nuestras oportunidades
y enfrentar las dificultades. También es no hacer por el otro lo que éste puede
hacer por sí mismo; ya que imposibilitamos su desarrollo. En este sentido,
nuestra excelencia es saber proteger sin asfixiar; saber guiar sin imponer;
saber motivar cuando es necesario.
El cuidado de nuestra excelencia es saber
vivir nuestras virtudes, y contagiar a los demás de esa felicidad que transmite
la prudencia, la justicia, la fortaleza, la templanza y el entusiasmo, es
decir, ser magnánimos. Que consiste en tratar a las personas con cortesía y
atención. De este modo, se eleva el rango de dignidad de cada persona.
Vivimos de manera excelente cuando
sabemos decir sí o no, según sea el caso, a la vida; es saber que para ayudar a
otros es necesario empezar por uno mismo. Para ello, tenemos que saber
relacionar nuestras realidades, tener una visión amplia de la vida; ser alegres;
tener definido nuestro propósito en la vida; ser responsables; ser libres en
nuestro pensar; compartir con los otros; aprender a soportar el rechazo; saber
manejar la frustración; dar sentido a nuestra vida. Porque el que no tiene
excelencia vive en la mediocridad.
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