Películas,
novelas, músicas, discursos, conferencias… Todo sirve de pretexto para celebrar
la emoción. El éxito de las anteriores manifestaciones culturales se basa
fundamentalmente en el ambiente emocional que suscitan. Lo emocional se
empareja ahora con el cociente intelectual, patrón de referencia para la
educación. Pues se buscaba conocer y medir el cociente intelectual para conocer
el alcance educativo, laboral, social de la personal. A partir de éste que se
perfilaba la orientación y los escalafones que podía alcanzar la persona; se
preveían las puestas que se abrirían o se cerrarían ante cada quien. Es relevante
tener en cuenta que, en nuestros días, es el cociente emocional con el que se
intenta medir lo que antes se medía con el cociente intelectual. Porque estos
da otra perspectiva sobre el mundo, en general.
Artículos,
investigaciones y gestión de recursos humanos encuentran ahí su fuente de
inspiración. Esto merece atención, porque en el nuevo imaginario se está
forjando a partir del factor emocional, y éste ocupa un lugar destacado. Para
evaluar este retorno al afecto, es importante tener presente que la visión
eurocentrica se basaba en la valoración, e incluso hiper-valoración, de la razón
soberana. En este sentido, para el sujeto moderno lo que prevalecía era el
libre examen y el pensamiento crítico. Un libre albedrío que obedecía exclusivamente
a la razón.
Esto es lo que
se impone como ideal insuperable, restrictivo para todos y cada uno. El
concepto del contrato social se elabora a partir de la supremacía del individuo
racional, que piensa de una manera autónoma y es dueño de sus emociones; por
eso es capaz de contratar con otros individuos, quienes también poseen estas
mismas cualidades.
Los logros del
mundo moderno se fundamentan en la razón y en la racionalidad de los
individuos. Sin embargo, al mismo tiempo su crisis tiene posiblemente las
mismas causas. No es la primera vez, que la decadencia de una sociedad tiene su
causa en la saturación del racionalismo del cual se nutría.
La crisis en una
sociedad se da cuando ésta deja de ser consciente de lo que es, y entonces
pierde la confianza en lo que es. Es en este momento, cuando se expresa una
visión más compleja y completa de la condición humana. No ya el individuo que sólo
reconoce en sí mismo el aspecto intelectual; sino que se reconoce como persona
plural, que junto con lo cognitivo valorara los afectos, las emociones y las
pasiones. Esto es lo que está caracterizando el espíritu de la época.
No asombra que
se busque calcular el cociente emocional. Se pretende cuantificar lo que
pertenece a la categoría de lo imponderable. Sin embargo, se trata de un
síntoma interesante. Así se concibe al animal humano como un sujeto traspasado
por pulsiones que hacen que sea lo que es, y no solo un sujeto racional. Lo
emocional se va apoderando, poco a poco, todos los ámbitos de la vida social, personal,
laboral, educativa...
Las empresas y
sus gerentes han aprendido que no pueden gestionar los recursos humanos a
partir de los vestigios del racionalismo imperante, reglas que constituían el
fundamento de todas las escuelas de gestión. Lo cualitativo emocional se ha
impuesto. A partir de entonces se ha tenido en cuenta la noción de los equipos
afectuales o emocionales. Ya no se desdeñan las afinidades afectivas. En
definitiva, se ha considerado lo humano en toda su plenitud y complejidad.
El factor
emocional se manifiesta, asimismo, en el marketing, en la publicidad; éstas ya
no se dirigen solo al intelecto del consumidor, sino a la totalidad de sus
sentidos. De allí el éxito neuromarketing. Se trata de una de las
características fundamentales de la cultura publicitaria. Se plantea, cómo movilizar
el inconsciente colectivo, con el fin de incitar en el consumidor el efecto de
la pulsión afectiva que lo predispone a la compra y lo incita al consumo.
Encontramos, la
emocionalidad en múltiples campañas y ámbitos que permean la vida social. Por
ejemplo, cuando se pretende es persuadir la atención de la población sobre tal
o cual causa humanitaria, sobre los padecimientos animales, sobre las
catástrofes naturales, sobre la depresión, sobre las relaciones interpersonales
y sociales, se pone el acento en las emociones comunes. Los nuevos gurús posmodernos
saben «poner el dedo sobre la llaga emocional». El verbo sensibilizar comprime nuestra
época. Se pone el empeño en suscitar la emoción común, la emocionalidad colectiva
y personal.
El factor
emocional se manifiesta incluso en el ámbito de lo político, hasta entonces
considerado ámbito de la razón. Resulta evidente sea cual sea la tendencia
política de izquierda, conservadora o de derecha, ahí está la comunicación
emotivista. El look, la puesta en escena y el espectáculo predominan las
campañas electorales y las congregaciones políticas. La consecuencia es que lo
político no busca convencer, sino seducir, es publicidad emocional. El desplazamiento
de la convicción a la seducción es lo que determina el debate político contemporáneo.
El retorno
masivo a lo emocional constituye el elemento referente de la decadencia de la
modernidad. No obstante, el final anuncia un renacimiento, el acabamiento de un
mundo no es el fin del mundo.
Tenemos que
atender que el término emocional, en contraste con la utilización mercantil que
hacen de él los gurús apresurados, no remite a una categoría psicológica. El
término emotivo, en este caso, constituye una proximidad de la comunidad. En
este sentido, lo emocional es un estado de ánimo colectivo, una atmósfera
común.
Representa un espíritu
de la época. Un ambiente clima algo vaporoso, un punto impalpable; que determina
lo que éste es y la manera de relacionarse con los otros. Lo emocional en esta función
contagiosa es el retorno del aspecto comunitario en la vida social. El cual
permite captar más allá de la decadencia del racionalismo moderno, el retorno
al principio vital del estar-juntos. Expresa, entonces, la integración de las
capacidades humanas, esto es, la integración de la razón y de la dimensión afectiva-emocional.
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