En algún libro leí que los amigos de
Demócrito viendo que el filósofo siempre andaba sonriente llamaron a
Hipócrates, para que el insigne médico de la antigüedad hiciera un diagnóstico
del estado de salud del siempre sonriente abderita. El médico, luego de
conversar largamente con el atomista, llegó a la conclusión que era Demócrito el
hombre más cuerdo que había tratado en su vida.
El
diagnóstico de Hipócrates nos confirma, por una parte, que la filosofía es un
asunto de cuerdos. Por lo que la afirmación de Marinoff de que la consultoría
filosófica es una terapia para cuerdos resulta correcta. Por otra parte, la
actitud del filósofo sonriente nos confirma otra cosa. A saber, que la filosofía
es el acto de amor por excelencia, y por ello es posible sonreír permanente o
vivir sonriendo. Ya que solo el enamorado es capaz de sonreír permanentemente. Porque
como dice Cicerón, “no sé si, exceptuada la sabiduría, algo mejor que esta se
dio al hombre por los dioses inmortales” refiriéndose a la amistad.
“Porque en filosofía hay philein,
amar, estar enamorado, desear” nos recuerda Lyotard. De aquí que la filosofía
siempre sea primero pasión. De este modo, citando nuevamente a Lyotard “quien desea ya tiene lo que le falta, de
otro modo no lo desearía, y no lo tiene, no lo conoce, puesto que de otro modo
tampoco lo desearía”. Acaso sonríe Demócrito de esa ausencia que ya posee.
Desde que Da
Vinci pinto la «Gioconda», el mundo ha estado fascinado por la sonrisa de la
mujer del cuadro. Se han preguntado de qué ríe esta mujer. Qué oculta o qué
devela este esbozo de sonrisa. Sonrisa del Renacimiento. Tal vez, devela u
oculta la sonrisa de ese período histórico, o tal vez, la sonrisa del mismo pintor.
Lo cierto es que sigue fascinando a todos aquellos que observan el cuadro, no
importa porque medio.
La
filosofía que ha pretendido, por causa del divino Platón, ser ciencia de
mujeres y hombres serios, también tiene su ser sonriente. Hay anécdotas, según
las cuales Demócrito reía muy a menudo irónicamente ante la marcha del mundo, por
lo cual decía que la risa torna sabio al hombre. Esto lo llevó a ser conocido,
durante el Renacimiento, como «el filósofo que ríe» o «el abderita risueño».
Si
desde el Renacimiento, los individuos se han preguntado por la sonrisa de la
Gioconda de Da Vinci. Tendremos que preguntarnos ¿De qué ríe Demócrito de
Abderá? Qué devela o qué oculta la risa desenfadada de aquel a quien Platón
quiso mandar a quemar sus libros. Si como dice Lyotard que la filosofía es pasión,
entonces en ésta se debe incubar la risa del filósofo de Abderá.
Diógenes
Laercio relata, que Demócrito pregonaba “que el fin es la tranquilidad de
ánimo: no la que es lo mismo que el deleite, como siniestramente entendieron
algunos, sino aquella por la cual vive el alma tranquila y constantemente ni es
perturbada de algún miedo, superstición ó cualquiera otra pasión de estas”. La
tranquilidad, tal vez, de aquel que devela las razones de la vida.
“Suyo es aquel dicho de: Las palabras
son la sombra de las cosas”, nos dice Laercio. Y si el sujeto es palabra, éste
solo es sombra de las cosas. Mero devenir. Palabras, solo palabras dice una
canción. No es el sujeto existencia. Puesto “que de lo que no existe nada se
hace: ni en lo que no es, nada se corrompe”. Entonces, cuál es la preocupación
que anida en la vida de toda mujer, de todo hombre. Si nada somos.
Tal
vez, solo somos preocupaciones. Seres desnudamente preocupados. Nos agitamos a
lo largo de nuestra vida; y no solo nos agitamos sino que agitamos a otros, y
los llevamos por este derrotero de preocupaciones. En esto somos insensatos,
por eso no podemos sonreír. Incluso muchas veces nos ha sido prohibido sonreír,
porque debemos convertirnos en seres preocupados. Así se nos va la vida, que es
una sola.
Somos
seres menesterosos, nos recuerda Sócrates en El Banquete. Porque tendemos en
demasía a la diosa Penía y no a Poros. Por eso la sonrisa nos es una ausencia
implacable. La ausencia que signa al menesteroso. Ya decía el viejo Epicuro, en
su jardín, no es rico el que más tiene sino el que menos necesita. Y esto nos
llenamos de abundantes sonrisas, y nos asemejamos a Poros. Tal vez, algo así
sabía el abderita. Y de allí su risa. La filosofía no puede ser cosa seria
porque es abundancia de pasión, de amistad, de amor, de saber, de indagar. Y se
deleita ella en la conversa; en el otro. De allí la permanente y eterna sonrisa
del filósofo de Abderá.
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