Hemos llegados, sin saberlo, a
estar forzados a realizarnos en el placer y, paradójicamente, éste se ha
convertido en un instrumento de tortura. Si no lo buscamos somos considerados sujetos
raros. Nadie pregunta: ¿Cuál es el placer que en verdad necesitamos? Ninguna respuesta
nos hará llegar ni a un mediano consenso.
La búsqueda del placer parece
más una maldición que una bendición, y esto nos pasa por delante de manera inadvertida,
quiero decir la maldición del placer. Éste se hace una maldición cuando estamos
condenados a buscar el placer por obligación y, lo que es más desquiciante, por
imitación.
No nos damos cuenta que estamos
condenados a esta situación, porque esto nos sucede de manera sutil y
sofisticada, hasta tal punto que creemos que buscar el placer es una idea
nuestra, una idea propia. Como eso de ser originales. Nos han sugestionado hasta
convencernos que estamos obligados a buscarlo. Pero cuidado, buscar el placer no
es lo mismo que tenerlo.
La tiranía y la condena del
placer es parte de una fórmula interesada en un placer sentimental, emocional y
ligero. Además, de algo instantáneo y fácil de adquirir sin ningún esfuerzo de
formación.
Con esta fórmula nos han
convertido en dependientes emocionales y castigados a buscar dosis de placer,
probablemente postizo. Sin darnos cuenta hemos caído en la búsqueda incesante de
placer, en cualquiera de sus variantes. La cual se enmarcan dentro de las
actuales tendencias de moda.
Estas tendencias se enfocan en
el consumo de nuestras experiencias emocionales, en las sensaciones que nos
perturban, que nos trastornan, que nos excitan y que son capaces de alterar nuestro
estado de ánimo. Eso sí enfocadas exclusivamente en las llamadas emociones
positivas, porque son las que mejor se venden y comercializan.
Por otra parte, cada día se diseñan
nuevas dosis de placer, cada vez más apetecible y con ofertas más estimulantes.
Son tantas que resulta imposible probarlas todas y en esto consiste, realmente,
la maldición. Pues queremos saborear todas esas dosis y así caemos en la trampa
de la hiperactividad del placer. La cual es muy tentadora.
Si por alguna razón no conseguimos
alguna de estas dosis caemos el síndrome de abstinencia, ya que buscamos
consumir el mayor número de porciones de placer. Para eso elaboramos listas
para chequear si conseguimos las dosis de consumo nos proponen, por ejemplo: asuntos
que están de moda, viajes que no nos podemos perder, el último gadget en el
mercado, las clases de zumba-yoga-boxing, las sesiones de mindfulness o
celebrar muchos brunch. En nuestra lista tachamos cada dosis consumida después
de compartirlas en las redes sociales, porque esto último también forma parte
del placer.
Como la oferta de placeres es bastante
amplia logramos estar ocupados y enganchados a tal hiperactividad. Pero muchas
de estas dosis tienen fecha de caducidad, por lo que el tiempo nos apremia y no
queremos quedarnos rezagados o quedar fuera de la tendencia actual. En este
apresuramiento hace su aparición la ansiedad, que nos castiga si nos quedamos rezagados
o nos detenemos.
Vivimos obsesionados con ese
placer encapsulado en pequeñas raciones, prefabricado con la idea popular de lo
instantáneo y asociado al hiperconsumo emocional. En el cual, no hay cabida
para detenerse a reflexionar.
En la sociedad del culto al
instante, a lo inmediato se nos ha impuesto la dictadura del placer solo como acción,
que desplaza la reflexión serena y pausada al olvido. Por lo cual, en este
olvido del pensamiento analítico que agoniza ante la desmesura del placer
prefabricado se hace necesario avivarlo.
Reflexionar sobre esa clase de
placer es importante. Porque toda acción es un valor y necesitamos saber si la
misma es cierta o no. No es el rechazo al placer, sino a ese placer
mercantilizado, a esa apariencia que nos empuja a accionar sin pensar
reflexivamente.
Hay que pensar el placer de un
modo sutil y sin apuros, de manera elegante. Con un pensamiento analítico para ser
más eficaces en nuestro pensar-hacer, sin cortinas de humo que desvíen nuestra atención
hacia asuntos banales.
Poner el foco de atención solo
en el placer porque es placer es conformar un sujeto anestesiado y adulterado, bajo
el yugo de la hiperactividad del ímpetu, de la pasión, de la vocación y el
entusiasmo, con la intención de convertir a ésta en un hábito sano. Mientras se
debilita el pensamiento crítico, se crean situaciones necesarias para que éste no
tenga cabida, por lo cual abundan sujetos desequilibrados y disfuncionales.
En estas circunstancias, debemos
atender aquella recomendación de Seneca, que decía: “Trabaja sólo en aquello
que puede hacerte feliz. Arroja y pisotea esos objetos que brillan por fuera,
que te prometen otros o por otro motivo; atiende al auténtico bien y goza de lo
tuyo”.
Obed Delfín
Consultoría y Asesoría Filosófica
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