El amigo Antonio Volpicelli
planteaba en estos días la siguiente pregunta: ¿Distancia o distanciamiento
social? A tal interrogante, él hacia el siguiente planteamiento: “A propósito
de las reglas para disminuir las posibilidades del contagio de la peste,
considero inapropiado el uso del término "DISTANCIA SOCIAL" o
"DISTANCIAMIENTO SOCIAL", entendiendo que van más hacia la separación
o segregación de individuos dentro de un colectivo, grupo, etnia, raza o
creencia, como forma histórica ya desaprobada por los criterios universales de
igualdad estrictamente "SOCIAL". Quizás esos términos van en contra
de mantener y preservar de por sí, ese acercamiento tradicional, muy necesario,
de carácter familiar, de amistad y de contactos o relacionados, que antes
disfrutábamos a plenitud y que tendríamos el derecho y el deber de preservar
después de pasar esta gran contingencia pandémica. Es probable que términos más
cónsonos y coherentes sean "DISTANCIA FÍSICA", "DISTANCIA
SANITARIA" o "DISTANCIA PROFILÁCTICA", porque precisamente el
rigor que se nos impone hoy está dirigido hacia esa "separación" de
al menos seis pies (1,8 metros) que todos debemos respetar para cuidar nuestra
integridad física, para salvaguardar nuestra salud, o para evitar el contagio
de enfermedades, como lo queramos ver, para enfrentarnos en este momento al
terrible virus MADE IN CHINA”.
El planteamiento del Volpi es
correcto y muy acertado. Además debemos agregar que si haber vamos, en
realidad, nosotros vivimos en un permanente distanciamiento social, sea por las
razones que sean. Nos mantenemos distanciados de los demás y no queremos o nos
negamos a interactuar con ellos. No queremos ser polites, solo queremos ser bestias o dioses como diría Aristóteles.
En el distanciamiento en que
vivimos, por ejemplo, desconocemos a nuestros vecinos y no nos interesan, ellos
igual para con nosotros. Cualquier
intento de conversación trivial se asume como una agresión a nuestra intimidad
o espacio vital. Somos, por lo general, sujetos asociales e indiferentes al
mundo y así queremos preservarnos, incluso nos glorificamos de ello. Con la
imposición del distanciamiento social, por motivo de la peste, posiblemente no
estaremos convirtiendo en sujetos más abandonados de nuestro entorno, y al
terminar la misma nos estaremos viendo unos a otros como enemigos potenciales a
los cuales tenemos que temer. Ante cualquier futuro estornudo o tos pensaremos
en la exclusión social de tal persona.
A cuento de qué viene ahora a
plantearse el llamado “distanciamiento social”, si éste ya existe y es
practicado de hecho; además, lo aupamos en nuestras relaciones interpersonales.
Este “distanciamiento social” nos propone, soterradamente, la permanencia de tensiones
entre nosotros, en las cuales debemos convertirnos en sujetos armados y, por
tanto, autosuficiente como una bestia o un dios, en aquel sentido aristotélico.
La misma procura que tengamos muy poca necesidad de los demás, muy pocos
motivos para tratar a los demás amablemente; pues las interacciones amables exigen
que no hallan las asperezas defensivas propias de la propuesta del distanciamiento
social en la actual peste.
La exclusión y el alejamiento
social en vez de mostrarnos el sentimiento
de nuestra imperfección, más bien nos procura el intento de protegernos contra
amenazas y heridas que nos pueden infligir los demás, los demás son nuestros
enemigos. Y esto entraña competición que conduce a un comportamiento colérico y
agresivo contra los demás, a los cuales consideramos amenas por su sola
presencia. Los cuales ya pueden estar teñidos por el resentimiento y la envidia,
tales sentimientos llevan al deseo de dañar a los otros que podemos ver como
obstáculos a nuestra supervivencia. Tal vez, el término “distanciamiento” sea
un anglicismo mal empleado en la lengua española en este momento, el cual hay
que corregir como recomienda Volpicelli.
La experiencia del
distanciamiento social que hemos estado viviendo desde hace años tiene muchas deficiencias
y vulnerabilidades, las cuales nos llevan a montar rebuscadas estratagemas de
autoprotección, con las que creemos apuntalar los límites de nuestro vivir.
Tales estratagemas no tienen éxito, pues nuestra finitud no puede ser
derrotada. Por lo cual, hacemos intentos cada vez más frenéticos de asegurar
nuestra mala individualidad, por lo que somos arrastrados a conductas cada vez
más agresivas contra los demás y, a la vez, propiciamos otras formas de
vulnerabilidad.
En vez de abogar por la
cooperación o la sinergia social, lo que se nos pide es que nos distanciemos, que
nos separemos más de lo que estamos. Alguien puede decir que no es esa la
intención, que lo que se busca es el resguardo sanitario que debemos tener unos
con otros. En este caso, es correcta la apreciación del amigo Volpicelli cuando
recomienda el uso del término español de “distancia sanitaria”. Y en verdad, en
el caso de la peste, lo que hay que mantener es una distancia sanitaria como
bien lo apunta el amigo.
Pensar que la confusión entre “distanciamiento”
y “distancia” es inocente cuesta creerlo, porque después de Auschwitz, como dice Umberto Eco, el
mundo perdió su inocencia y no creo que la misma haya renacido de pronto. La
semiología oculta del mensaje de tal distanciamiento nos puede estar diciendo
por debajo de cuerda: «sepárate de todo el mundo porque no los necesitas» promoviendo
y ahondando así en ese mal individualismo que nos acogota desde hace tiempo; un
distanciamiento social donde los otros son nuestros enemigos, ya que atentan
contra nuestra vida. Por lo cual, no es extraño que la misma, en alguno casos,
haya desembocado en agresiones de unos contra otros.
En esta peste lo que
necesitamos es cooperación y solidaridad. Lo que debemos es estar al tanto de
cómo están los amigos, los familiares, los vecinos, los conocidos. Tener la
mano tendida hasta donde podamos. Recordemos que somos sujetos débiles y
menesterosos, no seres autosuficientes. En la cooperación reforzamos nuestro apego
a la vida como algo valioso.
Toda peste requiere de
cuarentena, tal medida no es nada extraordinaria. Se ha aplicado desde hace
milenios. La misma debe ser la práctica médica por excelencia y tal vez la
única que ha perdurado. Pero eso no conduce a que ahondemos en nuestro
distanciamiento social, que cada día es más abismal. Y ahora virtual o digital.
La cooperación y la solidaridad
no quieren decir que estemos uno encima de otros, sino atentos de los otros. La
distancia o proxemia profiláctica es parte de la cooperación social. La
cooperación en este caso radica en que hay que debemos cuidarnos unos a otros,
con el fin de evitar que la peste entre a nuestras ciudades y casas. Que ha
sido el mayor terror de la humanidad.
Por otra parte, en la presente
peste estamos confiando más en la ciencia que en nuestra prudencia. La primera
trabaja con ahínco, pero nada puede hacer sino nos convertimos en sujetos
imprudentes y con poca cooperación. La peste, en tal caso, desbordará a la
ciencia. La prudencia la contendrá.
Obed Delfín
Consultoría y Asesoría Filosófica
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