«No podemos fiarnos de nadie» o «no confíes en nadie». Es
una expresión de los adultos, la cual tiene sus causas en nuestras fallidas
relaciones interpersonales. Ejemplos no vale la pena dar, pues hay muchos y
variados. Cualquiera podría contar un largo rosario anécdotas que nos llevarían
a darle la razón.
No obstante, todos sabemos que para llevar adelante nuestro
vivir tenemos que confiar en alguien o en algo. Por ejemplo, yo tengo que
confiar que en esa silla en la cual me voy a sentar aguantará mi peso, que la
misma es sólida y resistente. En caso contrario, posiblemente suframos de
alguna patología clínica. ¿Qué hacer en esta dualidad?
Claro, quien nos dice que «no confiemos en nadie» está
esperando que depositemos nuestra confianza en él. Esto es paradójico, en
verdad. Pero así funciona. Esta dualidad es intensa y refleja que, por una parte,
hay gente y cosas en las cuales no debemos ni podemos confiar; por otra, sí hay
gente y cosas en las cuales debemos y tenemos que confiar. En este sí y no
debemos transitar nuestro vivir, que es como apreciamos un conjunto de
evaluaciones y elecciones.
Pongamos en este artículo el acento en aquellos en quienes
podemos confiar. Y esto se da cuando aceptamos a alguien y esta persona entra a
formar parte de nuestra vida, se hace parte de ella. Aunque a nuestro oído
venga el aguafiestas de la desconfianza y nos susurre que esa persona nos puede
fallar en algún momento, tenemos que vivir en esa confianza. Pues, de otro modo
viviremos en una permanente paranoia, que no será muy adecuada a nuestra salud
ni personal ni social.
En el momento en que elegimos a alguien para confiar en él
lo hacemos compañero de nuestro vivir, y esta elección no es casi nunca el acto
de una toma de decisiones. Sencillamente es un acto espontaneo, de empatía y
entrega. En la mayoría de los casos, al depositar nuestra confianza en alguien
no existe ninguna reflexión ni nada parecido, solo lo hacemos porque nos
dejamos guiar por nuestro olfato interpersonal, por nuestra intuición o
instinto básico; por nuestras emociones básicas.
Depositamos en la otra nuestra confianza, así de sencillo.
En un acto ciego. Al confiar en otra persona en lo personal, laboral… adoptamos
una postura de estar seguros, de estar protegidos. De contar con la otra
persona o de contar con los demás. Esto es lo que nos permite construir
nuestras relaciones interpersonales y en gran medida nuestra relación
intrapersonal.
La confianza puesta en el otro se muestra y demuestra de
distintas formas. Aunque «demostrar», en este caso, es una palabra dura. Por
cuanto en la confianza no debe caber el demostrar, y cuando esta prueba se
exige es qué algo pasa. Algo supera o está más allá de la frontera de la misma
confianza. En este caso, es necesaria la reflexión, la pregunta: ¿qué está
pasando? ¿Por qué se solicita esa demostración? Algo está o se ha puesto en
riesgo.
¿Qué confianza otorgamos nosotros a los demás? ¿Hasta qué
punto confiamos? A menudo nos sucede que tras una decepción sentimental,
amorosa o de amistad, nos cuesta recobrar la confianza en los otros. Y peor
aún, nos volvemos paladines de la desconfianza y de su discurso, esto porque
estamos dolidos y resentidos; sin entender que esa ha sido una circunstancia
que nos ha tocado desgraciadamente vivir. Ojo, no me refiero acá al abuso y a
la estafa emocional premeditada, pues ahí lo que hubo es uso de la persona y
ésta no se dio cuenta que la estaban usando.
Por otra parte, podemos pensar y hasta auto-aconsejarnos:
«vamos a confiar en el otro pero estaremos alerta, atentos a la mínima señal».
No obstante, esta actitud recelosa terminará perjudicando nuestro vivir,
nuestra salud. Como antes señalamos. ¿Cómo podemos ser felices viviendo
continuamente con el temor de que el otro nos traicione en cualquier momento?
Es imposible.
Una actitud permanentemente recelosa nos hará ver
conspiraciones por todas partes. Lo más probable es que cualquier gesto, palabra
la malinterpretemos como un futuro paso en falso o una posible mentira. Vivir
en la desconfianza deber ser muy estresante y agotador. «Mejor vivir solos»
podríamos decirnos, es una estupidez. En ese caso, lo mejor es ir al psicólogo
o al psiquiatra, es lo más recomendable.
La única salida para recuperar la calma y la alegría de
vivir es volver a confiar en alguien. Las heridas interpersonales no matan. Lo
que nos puede matar es nuestra condición psíquica, y eso no es área de la
consultoría filosófica. Por eso la recomendación de ir al psicólogo o al
psiquiatra, si la perturbación nos rebasa.
La desconfianza o la previsión son algo innato, y creo que radica
en la emoción del miedo y en el instinto de supervivencia. Un cachorro, por
ejemplo, de gato solo confía en la madre, si una persona se le acerca él huye y
trata de defenderse. Pero eso no excluye que después de unos cuantos mimos y
caricias él también termine entregando su confianza a un humano. Comparte,
entonces, su confianza entre su madre y el humano.
Primero, desde nuestra primera infancia lo primero que
hacemos es que no otorgamos nuestra confianza
a cualquiera, ni abrimos nuestros sentimientos a cualquiera de forma inmediata.
Vamos entregándonos de manera gradual, como todo animal social. Esa es
realmente nuestra dinámica interpersonal.
Segundo, nos fiamos de nuestra intuición cuando empezamos a
conocer a alguien, y casi siempre acertamos. Y cuanto «sentimos» que hemos
encontrado a una persona adecuada, ya sea para una historia de amor o para una
buena amistad, no te cierres a la felicidad por mantener una actitud de miedo o
desconfianza.
Para confiar en los demás debemos liberarnos de nuestros miedos.
No tenemos, aparentemente, otra elección. Para confiar debemos apaciguar
nuestros miedos, dominarlos y confía con criterio. Tal vez, así podamos vivir una
oportunidad de ser felices.
Referencias:
Blogger:
http://obeddelfin.blogspot.com/
Academia.edu: https://ucv.academia.edu/ObedDelf%C3%ADn
Twitter:
@obeddelfin
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