Sin conocernos a nosotros mismos, sin conocer nuestro
pensar-hacer-sentir, sin conocer el trasfondo de nuestros condicionamientos;
sin conocer porque tenemos ciertas creencias acerca de la vida, acerca de
nuestros vecinos y acerca de nosotros mismos, nos preguntamos ¿cómo podemos
pensar verdaderamente sobre cosa alguna?
Si no conocemos nuestros trasfondos, si no conocemos ni el
ser ni el origen de nuestro pensamiento, cualquier búsqueda que emprendamos
resultará del todo vana y nuestras acciones carecerán de sentido o ¿será esto
de otra manera? Tampoco tendrá sentido que seamos médicos, mecánicos,
peluqueros o que pertenezcamos a alguna organización.
¿Cuál es el propósito de nuestra vida cotidiana? ¿Qué
significa todo eso? ¿Qué significan nuestros conflictos existenciales? Nuestras
guerras, nuestros antagonismos internos y externos. Debemos empezar por saber
qué somos nosotros mismos o ¿piensas qué es de otra manera? Decir debemos
conocernos a nosotros mismos suena tan sencillo, pero es extremadamente difícil
aunque no imposible. Y es algo que no se hace con una receta o de manera
instantánea.
Para seguirnos nosotros mismos, para ver cómo opera nuestro
propio pensar-hacer-sentir, hay que estar alertas y es necesario estar prestos.
A medida que comenzamos a estar más alertas ante los enredos de nuestro propio
pensar-hacer-sentir, ante nuestras respuestas y a los propios sentimientos, empezamos
a ser más consciente, no sólo de nosotros mismos sino de las personas con las
que estamos en relación. Conocernos es estudiarnos en acción, en la
convivencia. Sin embargo, la dificultad está en que somos muy impacientes,
queremos seguir adelante y alcanzar una meta. Porque vivimos en una sociedad
del apresuramiento.
A causa de tal prontitud nos decimos que no tenemos tiempo
ni ocasión de brindarnos una oportunidad, de estudiar y de observarnos
detenidamente. Pues, nos hemos comprometido en diversas actividades, por
ejemplo, ganarnos el sustento, criar niños, o nos hemos asumido en ciertas
responsabilidades en diversas organizaciones. Nos hemos comprometido exteriormente
de distintas maneras, que casi no tenemos tiempo para reflexionar sobre
nosotros mismos, para observarnos, para estudiarnos. Nos hemos olvidado de
nosotros.
La responsabilidad de reflexionarnos depende de nosotros mismos,
no de los demás. Por eso seguir a gurús o solo leer los últimos libros sobre
esto o aquello, es algo vano, una vacuidad más. Aunque recorramos la tierra entera
siempre tendremos que volver a nosotros mismos. Debido a que casi todos somos
totalmente inconscientes de nosotros mismos, nos resulta por ello muy difícil
empezar a ver el proceso de nuestro pensar-sentir-actuar.
Cuanto más nos conocemos a nosotros mismos más claridad tenemos
de nuestro pensar-sentir-actuar. Ahora bien, el conocimiento propio no tiene
fin, es decir, no lo alcanzamos en una realización y no llegamos a una
conclusión. Siempre se está reconstruyendo. A medida que nos estudiamos nos ahondamos
más y más, encontramos sentidos y significados.
Podemos llegar a una mente tranquila mediante el
conocimiento propio, o una paz de espíritu dirían algunos. En esta quietud adviene
nuestra propia realidad y hay una acción creadora. Si carecemos de nuestra
comprensión y de nuestra experiencia propia toda búsqueda personal es una mera
actividad sin significado. Si logramos comprendernos llegamos a realizar una
acción creadora, una vivencia inmediata en la convivencia alrededor nuestro y
del entorno en que vivimos.
Para comprendernos ¿qué se requiere? ¿Qué necesitamos para
entendernos? ¿Para comprender a nuestro amigo, cónyuge, el paisaje, nuestro
entorno? Creo, que requerimos verdadera
atención o ¿crees que puede ser otra cosa? Porque para entender algo tenemos
que dedicarle todo nuestro ser, toda nuestra atención plena profunda. ¿Cómo podemos
tener plena atención si estamos distraídos? Por ejemplo, con las cosas del
trabajo, o del estudio, o con las noticias sobre lo que sucede en el mundo.
¿Cómo podemos tener plena atención cuando nos interesa más
lo externo? Estamos concentrados en otras muchas cosas y no en nosotros mismos.
Por lo cual, somos incapaces de mirarnos atentamente, aunque sea solo por un
momento. No somos capaces de prestarnos atención a nosotros mismos, de
estudiarnos, de hacernos preguntas, de interrogarnos placenteramente para
disfrutar de nuestro propio diálogo. Si no tenemos plena atención, no hay un
recto entendimiento de nuestro pensar-hacer-sentir.
Escucharnos para entendernos y escuchar para entender. Debemos
prestar plena atención y eso es posible cuando estamos atentos, no cuando
estamos distraídos. Cuando estamos luchando en medio de un estado de necesidad
por nuestra vida material es difícil atendernos, debemos estar atentos a este
condicionamiento exterior que nos aleja de nosotros.
Si algo nos interesa, por lo general, ponemos toda nuestra
atención en eso. ¿Será acaso que no nosotros interesamos por nosotros mismos? Al
estar interesados en algo no hacemos ningún esfuerzo, no erigimos ningún muro
de resistencia; incluso no ponemos ningún «pero». Si algo nos interesa prestamos
plena atención con espontaneidad.
Sin embargo, para la mayoría de nosotros nos resulta muy
difícil esa atención; porque, tal vez, en lo íntimo hay resistencia de nuestra
parte a descubrirnos, o creemos que debemos hacer un sacrificio que desgarrará
nuestro falso deseo de bienestar. Pues comprender es algo profundo, y nosotros
mostramos resistencia ante eso.
Decimos que queremos prestar plena atención a alguna cosa.
No obstante, es posible que tengamos miedo a saber que tal conocimiento signifique
desilusión, y que nos haga cambiar la visión de nuestra vida. Hay una contienda
interior, una lucha íntima de la que quizá no nos damos cuenta. Aunque creemos
que prestamos atención, lo que hay en realidad es una continúa distracción de
lo interior y exterior, y sea esa nuestra mayor dificultad.
Debemos prestarnos plena atención, no atención a retazos. Debemos
tratar de aminorar la inquietud de nuestra mente, de nuestro
pensar-sentir-hacer. Jamás consideramos alguna cosa con tranquilidad, con ánimo
receptivo. Atendemos a lo nos dicen que debemos hacer y lo que no debemos hacer;
estamos pendientes de lo otro, no de nosotros.
No podemos tener entendimiento de nosotros mientras nuestra
mente esté perturbada, mientras estemos inquietos. Mientras no nos callemos, no
estemos tranquilos ni receptivos no será posible comprender. Para llegar a
entendernos tiene que haber tranquilidad en todo nuestro ser. Por ejemplo, si
nos topamos con un paisaje hermoso nos silenciamos, porque deseamos captar
todos sus elementos, sus significados; en el momento que estamos quietos nos
alcanza toda su belleza.
La comprensión y la calma irán llegando si deseamos en verdad
entendernos, tanto física como mentalmente. Aunque parezca contradictorio el
estar alerta y en calma esto es posible, pues es una alerta pasividad. Que no
se logra por compulsión. Escucharnos, estar alertas y en clama es un arte, un
hacer. Por ello, es preciso que dediquemos tiempo y pensar-sentir-hacer a
aquello que deseamos comprender.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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