Por lo general, un emigrante es alguien que se ha ido de su
lugar de origen. Y siempre pensamos que éste se ha marchado a un lugar extraño
y en el cual se encuentra extrañado de sí y de lo que lo rodea. Sin embargo,
podemos pensar que alguien se ha convertido en un emigrante cuando se ha salido
de su lugar existencial y para esto no tiene que desplazarse físicamente, sino
existencialmente.
Lo anterior lo dijo porque actualmente ante la pérdida de
los referentes muchos conciudadanos sin haber abandonado su ciudad y mucho
menos su país, se han convertido emigrantes de sí mismos. Esto está ocurriendo
muy a menudo, por lo que es un hecho muy doloroso. Es lo que conocemos como la
enajenación de nosotros, el salirnos de nuestro propio ser.
Lo antes dicho ha sido y fue tema del existencialismo
expresado en la literatura por Sartre y
Camus, quienes lo mostraron en sus novelas. La pérdida del en sí es el extravío
de nuestro propio referente, de nuestro yo. Tomaré, como referencia, el caso de
Venezuela donde la mirada está puesta en la emigración en tanto ocurre el
desplazamiento hacia otros países. Sin embargo, a lo interno el desgarramiento
existencial de los sujetos es tan doloroso como el otro.
El venezolano, en su propio país, está extrañado de sí
mismo; no se encuentra. Está extraviado, desorientado, es decir, enajenado. Sus
puntos de referencias externos e internos se van diluyendo, sino se han diluido
ya, viviendo en un estado de permanente angustia y de desesperanza. La sociedad
venezolana es un conjunto de sujetos desorientados. Es el tiempo de
desgarramiento, como señalaría Hegel.
A lo interno, me refiero al país, la problemática no se
puede paliar con la búsqueda de nuevos aires o de un nuevo ambiente, porque no
los hay. Estamos como dice la canción de Rodolfo Páez “en un mismo lugar, y
bajo una misma piel y en la misma ceremonia” Y esa es la desgracia de quienes
se han quedado. Es un emigrante, un extrañado en su propio país.
Este emigrado de sí mismo es quien se ha desgarrado en su
mismo lugar y en su misma piel. Quien está atrapado en su propio desgarramiento
sin posibilidades de llevar a cabo una posibilidad distinta. Este sujeto padece
y permanece en su desgarramiento, en el descarrío de su yo.
Ese desgarramiento lo percibimos en el Metro, en las calles,
en las plazas, en los centro comerciales donde exhibimos y exponemos nuestras
caras de desorientados, de sujetos extraviados. Buscamos afuera reconocer algo
y no lo encontramos. No es solo el país lo que ha cambiado; hemos cambiado
nosotros, ya no somos los mismos. Nuestra pérdida está en lo interno, en
nuestro interior. Nuestra emigración es una emigración del alma.
Somos sujetos que no nos sabemos. Pues, ya la calle no es la
calle por donde siempre transitamos, es otra cosa. La actitud de la gente no es
la misma, es otra. El desánimo es lo que campea, la nausea diría Sartre. De la
nada se han poblado las calles, el vecindario y nuestras casas. Todo se ha
deshabitado y en su lugar el desgarramiento se ha asentado.
La vida se ha convertido en algo ausente, donde no hay
asidero. Donde cada mañana cuesta cada vez más levantarse para enfrentar a la
vida. Es un desamparo de país. Un estero poblado cada día más de fantasma, como
el pueblo de Comala. Cada uno es su Pedro Páramo y su llano en llamas.
Nos movemos entre la enajenación y la sin razón. No
conseguimos explicarnos qué pasa aunque lo sabemos. Nos inventamos ficciones y
retorcemos la realidad para poder llevar adelante el día a día. Nos disfrazamos
de alegrías que no lo son. El sujeto traspapelado está como la marioneta sin
marionetista arrogado a su desamparo.
Es difícil y descarnada la situación ¿Qué hacer? Dar una
respuesta es difícil y urgente. Tal vez, intentando llegar a comprender en qué
nos hemos convertido o en qué nos han convertido, podemos llegar a asumir una posición ante este
vendaval que a diario nos abate y en el cual nos dejamos llevar. Los antiguos, en
el periodo helenístico y romano, pudieron asumir una postura estoica, o cínica,
o epicúrea, o platónica, entre otras. Esto puede ser una posibilidad válida para
plantarle cara a la vida.
Comprender y tener consciencia de este desgarramiento es
fundamental, no es suficiente con sentirlo y padecerlo. En este momento, la
sola emoción no es suficiente ni contribuye a mejorar el espíritu; por el
contrario, contribuye al desaliento y a la desesperanza. Es necesario, pues,
pensar filosóficamente. Establecerse un norte firme y asir con fuerzas el timón
de nuestra vida individual, porque lo social no podemos dominarlo. No abogo por
un individualismo fatuo; sino por un individualismo atento al mundo, el cual es
necesario preservar y cuidar.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
No hay comentarios:
Publicar un comentario