Sin la posibilidad de sentir no podríamos conocer nuestras dificultades
ni las limitaciones de las mismas. Sin llegar a sentir no podemos responder a
las situaciones que nos rodean con empatía o rechazo. Sin este sentir, que nos
genera un atender el mundo, no nos inquietaríamos ni pensaríamos que en algún
momento podemos llegar a ser como el otro.
Sin ese nuestro
sentir, tal vez no pensaríamos que nos podríamos ver caminando con la misma
penosa perplejidad de los otros o sintiendo la misma mortificación, que vemos
reflejada en sus rostros. Este atender al mundo amplía el impacto de nuestros sentimientos
al participar en una escena de la vida cotidiana.
La atención del mundo, que se da por nuestro sentir hacia
nosotros y hacia los otros, es la posibilidad de una vida que reflexiona acerca
de las situaciones del mundo cotidiano. Nuestro sentir busca saber acerca de
los sujetos, de sus esperanzas, de sus anhelos, de sus lágrimas, de las risas, los
golpes, los reveses; intentamos comprender los sentimientos que se encarnan, las
palabras y las historias no contadas, pero sí sentidas.
En este sentir buscamos conocer ese flujo de imágenes que
denominamos vida, y que se revela en nuestros pensar-hacer. Este estrato básico
y simple nos permite sentir el apremio irresistible de seguir vivos —la voluntad
de vivir, diría Schopenhauer— y desarrollar una inquietud por nuestra
identidad. En la etapa interpersonal, más compleja y elaborada, nos permite actuar
por el otro y refinar así el arte de vivir.
Nuestros sentimientos se dan en los límites de nuestro
pensar-hacer. En éste nos topamos con nuestra conciencia, y en particular, con
nuestro yo. Porque la percepción de nuestros sentimientos la experimentamos en
esa sensación de ser nosotros mismos.
El sentir es una presencia. En ese sentido, la presencia de
nuestro sentir sucede cuando en el acto de aprehender algo éste modifica
nuestro ser. Esta presencia jamás descansa, estamos en ella desde el despertar
hasta el dormir. Tal presencia está allí, en caso contrario no habría un nosotros.
La presencia de nuestro sentir nos debe llevar a reflexionar
sobre nuestra habilidad para construir patrones, imágenes, lugares… y sus
relaciones, esto es, el conjunto de imágenes y relaciones temporales y espaciales
que unificamos para comprender algo. Así como los patrones e imágenes que
transmitimos, automática y naturalmente, en el intercambio con los otros en el
acto de conocer. Nuestro sentir es ese conjunto de patrones e imágenes unificados
en el que se conjugan los otros y nosotros mismos.
Por medio de esa presencia elaboramos una historia o una
película en nuestra cabeza; además, engendramos las sensaciones de que hay uno que
proyecta y otro que observada tal historia. Ambos están relacionados, tanto que
el segundo se ampara en el primero. Cuando generamos las sensaciones entre
quien proyecta y quien observa elaboramos las influencias que subyacen a
nuestro sentir. Sean ciertas o no.
El ámbito del sentir, que se da en un aquí y ahora, se
proyecta al futuro. Ahora hay un antes y un después. La modalidad del sentir,
cuyos grados son varios, nos redefine la sensación de nosotros; esto es, nos
presenta nuestra identidad, nuestra personalidad. Ahora somos. Por otra parte, nos
instala en un punto determinado de nuestra historia individual dotándonos de
información acerca del pasado vivido y del futuro previsto. De este modo, nos
da la apertura para conocer el mundo circundante.
Nuestro sentir hace salir a la vida la construcción de lo
que somos. Por medio de éste percibimos tanto el pasado como el futuro posible
junto con el aquí y ahora, en una visión panorámica. Es otro modo de ver, de
percibir el mundo. Ahora somos nosotros y los otros.
La sensación de nosotros mismos emerge en nuestro sentir; en
la medida que cada sujeto y objeto interactúa con nosotros o que nosotros
interactuamos con ellos. La noción de nosotros se vincula con nuestra identidad,
y ésta corresponde a la colección de hechos y maneras de ser que nos caracterizan.
Somos esa identidad que Antonio Damasio denomina el «self autobiográfico».
En tanto «self autobiográfico» dependemos de recuerdos, de
situaciones donde el sentir-pensar percibe y elabora las características
variables de la vida: cuándo, dónde, quién; gustos y repugnancias; es decir, las diversas formas en que reaccionamos ante un
problema o conflicto determinado. Esta biografía que somos son los registros de
los diversos sucesos de nuestro vivir.
Nuestro sentir-pensar, en cuestión, es aquello que nos ocurre;
es el proceso de conciencia y las relaciones interpersonales e intrapersonales
que nos ocurren como sujetos. Son los contenidos de ese conocimiento que contenemos
en nosotros como personas. La presencia del
sentir consiste en construir unos saberes acerca de los hechos y las
relaciones en las cuales estamos involucrados cotidianamente. Los cuales
terminan por definir en tanto sentir nuestra identidad.
Referencias:
Twitter: @obeddelfin
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