La búsqueda a
través del discurso de las emociones pone de manifiesto las relaciones entre
las formaciones discursivas y los dominios no discursivos, esto es,
instituciones, acontecimientos políticos, prácticas y procesos económicos.
Estas formaciones y dominios no tienen la finalidad sacar a la luz las
continuidades culturales o aislar mecanismos de causalidad, de donde ha surgido
ese discurso emotivo.
Ante el
conjunto de hechos y enunciados, la búsqueda por el discurso emotivista no se
pregunta qué lo ha podido motivar, como es el caso de los contextos de
formulación. Tampoco trata de descubrir lo que se expresa en ellos, como es la
tarea de una hermenéutica. Intenta, por el contrario, determinar cómo las
reglas de formación, de las cuales depende, están ligadas a sistemas no
discursivos, trata de definir unas formas específicas de articulación, que
caracterizan la positividad a que pertenece este discurso. Por ejemplo, como
señala Foucault de la medicina clínica, cuya instauración a fines del siglo XVIII
es paralela a ciertos acontecimientos políticos, fenómenos económicos y cambios
institucionales.
Entre los
hechos y la organización de un discurso emotivo hay, de un modo intuitivo, que sospechar
de la existencia de unas relaciones. Un análisis simbólico, tal vez, vería en
la organización del discurso emocional, y en los procesos históricos que le son
afines, dos expresiones que se reflejan y se simbolizan la una en la otra, las
cuales se sirven recíprocamente de espejo, y cuyas significaciones se hallan encarceladas
en un juego indefinido de perdones, esto es, dos expresiones que no expresan lo
que le es común.
Así, las ideas
emotivistas de solidaridad orgánica, de cohesión funcional, de comunicación
entretejida hacia la felicidad corresponderían —para reflejarse y mirarse en
ellas— a una práctica política, social, económica que descubre, bajo estratificaciones
primarias, relaciones funcionales, solidaridades económicas, en una sociedad
cuyas dependencias y reciprocidades deben asegurar en la forma de una
colectividad, esto es, de una analogía de la vida. Se da, de este modo, el
abandono de las participaciones humanas en provecho de las interacciones emocionales,
como constitutivas de pactos sociales particulares.
Un análisis
causal, por el contrario, consiste en buscar en qué medida los cambios
políticos, sociales y los procesos económicos pueden determinar la conciencia
de los horizontes de sentidos y la dirección de sus intereses. Así mismo busca
el sistema de valores, la manera de percibir aquí y ahora las cosas, el estilo
de la emocionalidad y la racionalidad.
En una época
de alta tecnología y de altos contrastes sociales se comienza a hacer el
recuento de las necesidades emocionales. De allí que las emociones adquieran
una dimensión social, política y económica: el mantenimiento de la salud
emocional, la curación, la asistencia a la dimensión espiritual, la
investigación de las causas y de los focos patógenos de la emocionalidad se
convierten en una obligación colectiva, tanto de lo privado como del Estado.
Tal obligación y preocupación asume, por una
parte, este asunto como un proceso de producción, por otra, de vigilar. De ahí
surge, la valorización de las emociones como instrumento de trabajo, el
designio de institucionalizar las emociones según el modelo de otras prácticas
productivas; los esfuerzos por mantener el nivel de salud emocional de la población,
el cuidado concedido a la terapéutica emotiva, el mantenimiento de los afectos,
el registro de estos fenómenos como un proceso de larga consecución.
El campo de
relaciones emotivas se caracteriza por una formación discursiva, lugar en el
cual se simbolizan los efectos que pueden ser percibidos, situados y
determinados. En este sentido, la búsqueda confronta el discurso emocional con
ciertas prácticas, para descubrir unas relaciones menos inmediatas que la
expresión denotativa y connotativa; no obstante, mucho más directas que las
causalidad reveladas por la conciencia de los sujetos parlantes. Se busca mostrar
cómo y con qué título forma la práctica social, política y económica la parte
de las condiciones de emergencia, de inserción y de funcionamiento del discurso
emotivo.
Estas relaciones
pueden ser asignadas en varios niveles. En primer lugar, al del recorte y al de
la delimitación del objeto emocional; esto quiere decir, que las prácticas
funcionales han abierto nuevos campos de
localización de los objetos emocionales —campos que están constituidos por la
población administrativamente enmarcada y vigilada, estimada de acuerdo con
ciertas normas de vida y de salud, analizada de acuerdo con formas de registro
documental y estadístico— en función de las necesidades de la época que vivimos
y de la situación recíproca de las aglomeraciones sociales.
Las relaciones
de las prácticas funcionales con el discurso emotivista se la ve aparecer en el
estatuto dado al curador, quien se convierte en la forma de relación
institucional que el sanador tiene en el paciente emocional colectivo y con su
clientela privada; esto en las modalidades de enseñanza y de difusión que están
prescritas o autorizadas para el saber emocional.
Es posible percibir
esta relación en la función que se concede al discurso emocional o en el papel
que se requiere de él: cuando se trata de deliberar con los individuos, de
tomar decisiones, de establecer las normas en una sociedad; de traducir, para
resolverlos o para enmascararlos, conflictos de otro orden, de dar modelos de
tipo natural a los análisis de la sociedad y a las prácticas que en ésta le
conciernen a los individuos.
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