jueves, 9 de mayo de 2024

UN ADIÓS


 

Temblando nos abrazamos y empezamos a llorar por nuestra mutua soledad, sollozamos con tal fuerza que nos quedamos sin aliento. Y, sin embargo, seguimos estando juntos.

Solo nos volteamos a mirarnos para levantar nuestras manos y decirnos adiós. Día tras día, vagamos por calles de ciudades diferentes, tan a la deriva y sin rumbo como esas hojas que flotan en el río, y tan malditamente desamparados como trozos de papel arrastrados por el viento por el medio de la calle.

Así quedamos tú sin mí y yo sin vos.

No sabíamos qué hacer con tanta soledad; solo caminábamos, nos sentábamos cuando estábamos cansados, o bebíamos agua de algún grifo cuando la sed nos obligaba. La vida se nos convirtió en un banquete de sobras para cuando tuviésemos hambre.

Nos dimos cuenta de que el querer dolía. Por eso cuando llegamos al poste de luz de aquella calle oscura nos frotamos los ojos con las manos, porque comprendimos, sin saberlo, que estábamos llorando.

Seguimos caminando juntos sin hablarnos y un viento hizo que se nos cayeran las lágrimas al suelo. Qué importa ya dónde estemos o con quién estemos, ya eso no importa. No había nada que asegurara que debiésemos estar juntos. Eso solo lo creen los creyentes.

El amor es de ateos.

De gente que sabe que no hay nada en el universo, que todas esas cosas son inventos para ahorrarnos la angustia de la soledad. Para no sentirnos tan huérfanos y tan pequeños. Por eso estiramos la mano cuando en la calle comienza a llover, como si la mano no fuese parte de nuestro cuerpo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario