Para encargarnos de nosotros
mismos debemos considerar dos elementos. El primero, consiste en dirigir permanentemente
la mirada sobre nosotros mismos, con el fin de conocer cuáles son nuestras capacidades
y cuáles los asuntos que debemos hacernos cargo en nuestro diario vivir.
Cuánto más nos demoramos en
reconocer éstos, más tardamos en realizar una interpretación y una toma de
decisiones adecuadas, más tardamos en generar alternativas de solución y
horizontes de acción.
Al encarar nuestras circunstancias
con efectividad producimos acciones acertadas y productivas. Lo contrario, son acciones
desacertadas e improductivas. Por ello, en los momentos de crisis de sentido es
necesario actuar con phronesis, pues por
medio de ésta definimos las acciones adecuadas a tomar con respecto a nuestras creencias
y estados de ánimo.
Con una capacidad adecuada de pensar
y una toma de decisiones efectiva podemos enfrentar nuestras circunstancias y llevar
a cabo nuestras ideas. Además, debemos conseguir herramientas y formas de
organizarnos para desenvolvernos eficientemente en nuestro entorno. De lo
contrario, solo seremos una abstracción.
Vivimos en medio de
actividades, circunstancias y desempeños no estructurados; en éstas encontramos
nuestras certezas, la tranquilidad de la costumbre y la solidez de lo evidente.
Nuestro hacer es, en este sentido, precario. Por lo cual, es necesario
sostenernos en nuestra voluntad de poder, esto requiere capacidad de
aprendizaje, de diseño y adaptación. Aprendizaje para incluir nuevas prácticas
y visiones en nuestro vivir. Adaptación para vivir en un mundo inicialmente
ajeno o incómodo. Diseño para abordar nuevas prácticas, tecnologías y formas de
relaciones.
El segundo elemento en este
encargarnos de nosotros mismos, consiste en entender cómo se configura el lenguaje
en el mundo cotidiano. Ya que por y en él se consolidan las creencias que la
tradición nos provee. En nuestro lenguaje conviven nuestras concepciones de lo
bueno y lo malo, de lo bello y lo feo; a través de él organizamos la visión de lo
que somos y de nuestras relaciones interpersonales. Por otra parte, por medio del
lenguaje preguntamos y cuestionamos, con lo cual podemos abrir nuevas
posibilidades de acción.
El lenguaje, en su cotidianidad,
es la mejor expresión del mundo en que estamos inmersos y de las posibilidades
que tenemos en él. Por lo cual, al desafiar nuestros relatos podemos transformarnos
y desarrollarnos. Al desafiar nuestras erradas interpretaciones les restamos a
éstas su capacidad de acción sobre nosotros.
Desafiar y movilizar los relatos
que nos encapsulan en el resentimiento y en la mediocridad es necesario. Porque
debemos abrir otros vínculos, otros relatos que nos conecten racionalmente con
el entusiasmo, nos coloquen en el camino del protagonismo y nos saquen de la
cuneta de la victimización.
En el lenguaje hay una relación
de costo-beneficio, seductora por su capacidad de acción; la misma nos liga con
la actividad humana y nos pone en riesgo si no la sabemos manejar. En esa relación
debemos concebirnos tanto como usuarios de un universo de recursos, como responsables
del cuidado y mantenimiento de los mismos. En otros términos, lo que nos dice
Heidegger, es que somos nosotros los que cuidamos y dotamos de sentido al
mundo.
Nuestra crisis como sujetos,
nuestra fractura como personas, está en la acumulación de información como mera
tecnificación y su vínculo para convertirnos en fuerza laboral capacitada para
el trabajo. En ello hemos aplicado sobre nuestro hacer la lógica del uso y de la
relación instrumental, que solo nos permite la función de trabajar, proveer,
arreglar y conseguir. De este modo, hemos perdido todos los momentos de sentido
y de conexión con lo profundamente humanos que hay en nosotros mismos y en los
demás.
Nuestra pérdida de sentido se
expresa en el auto-aburrimiento; el cual nos asalta y domina cuando nos
quedamos solos con nosotros mismos y no sabemos qué hacer. No sabemos estar con
nosotros mismos. Somos extraños y ajenos a nosotros mismos, a nuestro
pensar-hacer. Nos desconocemos.
Por el contrario, en la vida
pública nos sentimos bien en la medida en que ésta nos distrae nuestro vivir. En
la medida en que nos distrae del aburrimiento personal y nos lleva del hogar a la
desidia del trabajo; del trabajo sin sentido al “hoy es viernes y el cuerpo lo
sabe”. Convencidos de que nuestra trascendencia radica solo en alcanzar bienes
de consumo, que nunca nos alcanzan para vivir.
Aunque los bienes de consumo
son necesarios, la responsabilidad sobre el cuidado de nosotros mismos y la construcción de sentido son fundamentales
para llegar a convertirnos en sujetos plenos. Para convertirnos en personas en
todo el sentido de la palabra. Esto es, para encargarnos de nosotros mismos.
Obed Delfín Consultoría
y Asesoría Filosófica
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