¿Qué cultura revela nuestros
haceres cotidianos? ¿Cuáles son las creencias que constituyen nuestra realidad?
¿Qué capacidad de aprendizaje y de adaptación tenemos? ¿Somos capaces de
construir interpretaciones que entreguen sentido a los demás? Las respuestas a
estas preguntas las abordaremos desde la perspectiva de Heidegger.
Nos relacionamos con el mundo a
través de nuestro hacer. Por lo general, al caminar, al trabajar, al conversar
e incluso al amar no pensamos en lo que hacemos, simplemente estamos haciendo ese
hacer. Pues nosotros —sujetos arrojados en el mundo— estamos viviendo, no
pensando. Esta disposición nuestra, tan cotidiana, de hacer es anterior a la
reflexión, porque cuando ya reflexionamos lo hacemos a partir de la experiencia
que previamente hemos vivido.
Este mundo que permanentemente
estamos viviendo es construido por nosotros, al cual hemos dotado de
significado a través de nuestras tradiciones y creencias, a través del conjunto
de nuestras prácticas y haceres, por medio de los valores con que sopesamos la
realidad, por los estados de ánimo con que vivimos los diversos eventos que nos
acontecen, por las herramientas que disponemos para hacer uso de ellas. Todas
estas son formas con las cuales encaramos nuestro presente y proyectamos
nuestro futuro, esto es, nuestro hacer.
Nuestro hacer es la realidad
misma, no un mero conjunto de ideas o valores. Nosotros, que somos un yo
individual, y vivimos en forma prerreflexiva al momento de pensarnos y evaluarnos
lo hacemos con las categorías, las formas y las creencias propias de nuestra
época, porque ésta es la construcción de nuestro hacer individual y colectivo. Por
lo cual, experimentamos ese yo que somos como la manifestación de una cultura particular
que nos contiene y que, a la vez, nosotros contenemos.
El ser-en-el-mundo, expresión
de Heidegger, expresa la realidad de lo que somos como hombres y mujeres, porque
nuestro yo es inseparable del mundo en que vivimos. Nosotros —en tanto yo—
somos nuestra propia historia y nuestro mundo, somos inseparables de las
creencias que conforman la época que vivimos. Somos la indisoluble relación
entre sujeto, mundo y cultura.
Al reflexionar sobre nuestro
hacer debemos hacer un registro cultural, que nos permita entender cómo es el mundo
en que vivimos y en el cual simultáneamente nos comprendemos. Debemos conocer, cómo
experimentamos los valores en nuestra vida práctica; cómo percibimos la
influencia de la tradición en la forma que enfrentamos nuestros problemas y relaciones;
cómo es el modo en que encaramos las tareas presentes; cómo pensamos sobre
nosotros mismos y cuál es nuestra proyección al futuro. Lo que estamos
planteando es pensar nuestra cultura vivencial en su cotidianidad, y no como
una formalidad reflexiva.
Estamos en el mundo, esa es la
realidad. Y no vivimos al descampado, pues poseemos interpretaciones de lo que
nos rodea y de nosotros mismos. Esto nos permite abrir perspectivas para
entendernos, encararnos y proyectarnos; para dar horizontes de sentido y
capacidades a nuestras acciones. Asimismo, nos permite determinar nuestras
posibilidades dentro de la perspectiva de un marco real, condicionado por las
creencias sobre las cuales vivimos.
La misma construcción que
hacemos del mundo nos permite la posibilidad de desafiar nuestras
interpretaciones y formas de vida cotidiana. Pues, como dice Heidegger, estamos
destinados a vivir en mundos interpretados que podemos transformar. ¿Por qué
cambiar? Si el mundo al que llegamos ha sido previamente construido por nuestra
tradición, que nos aportan identidad, valores, posibilidades y seguridades. Cambiamos
porque el devenir personal y colectivo nos presenta nuevos desafíos, nuevos
problemas, donde nuestras creencias y prácticas comunes ya no logran dar
respuestas a esas nuevas situaciones. De allí, que tengamos que reconstruir el
mundo nuevamente, lo cual incluye reconstruir nuestras creencias,
interpretaciones y haceres.
En esta reconstrucción surgen las
fracturas, los malestares y los desacomodos con respecto a nuestra forma de
encarar la vida cotidiana. Por ejemplo, la pandemia o la crisis económica
muestran que nuestros procesos y sistemas de actuar son obsoletos, que nuestros
requerimientos para vivir han cambiado, que lo que hemos considerado bueno
tiene ahora otra perspectiva. Esto nos obliga a replantear la forma en que hemos
estado haciendo las cosas, por lo que debemos reordenar nuestras prioridades y
las relaciones interpersonales, entre otras muchas cosas.
Cuando el mundo conocido pierde
su efectividad y decae en su valor de verdad, es cuando nos enfrentamos a la
obligación de dotarlo de un nuevo sentido, para así encajar nuestro hacer en
él. Para ello, reformulamos o reinventamos nuestras estrategias, con el fin de proyectar
nuestro hacer con un nuevo sentido. Lo propiamente humano es la urgencia y la obligación
de darle constantemente sentido a nuestro hacer; en particular cuando todo lo
que conocíamos, creíamos y vivíamos ya no es efectivo. Debemos, entonces, encarar
un hacer diferente en lo cotidiano.
Obed Delfín
Consultoría y Asesoría Filosófica
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