En todos los mensajes
altruistas, empáticos, cooperativos y solidarios, que oímos y vemos en medio de
la pandemia del Covid-19, se esconde el miedo a mi propia muerte. A la muerte
de mi yo. La muerte no como un asunto ni ontológico ni metafísico, sino como la
simple ausencia de mi yo en este mundo. Miedo a perderme lo que acá está
pasando, como si me fueran a echar de este lugar.
Cada mensaje se fundamenta en
esta idea tan sencilla como aterradora. El médico que suplica que se queden en
sus casas, tiene miedo de morir porque no sabe cuál es el infectado que lo
infectará a él y, además, se quiere ir a su casa a descansar, porque es su
derecho también. Todo se fundamenta en la emoción más básica de las emociones
básicas, y tal vez la más ancestral de ellas: el miedo a morir.
Si hay algo, por demás
interesante, con la declaración de la pandemia del Covid-19 es que por primera
vez en la historia se ha cumplido el sueño de reyes, emperadores, sátrapas que
es dominar el mundo. Que Alejandro Magno dominó al mundo es un mero discurso
retórico, solo fue una pequeña parte por demás; lo mismo pasó con Darío y
Jerjes, los déspotas persas; el Imperio Romano solo gobernó sobre una pequeña
porción del planeta.
Por el contrario, con el Covid-19
el dominio ha sido planetario, ni Microsoft ni Facebook estuvieron de lograr
esto. Solo a través del Covid-19 se ha podido lograr el sueño de todo villano
de comic: dominar el mundo. Esto gracias a la intercomunicación que ha usado,
repito, la más básica emoción: el miedo ancestral a morirme.
Este miedo elemental que hoy
compartimos con la alta tecnología en televisores, computadores, teléfonos
móviles para mencionar lo que el común mortal puede tener a mano. Sin contar
los laboratorios de alta investigación médica, biológica y el arsenal de la
industria farmacéutica abocada a producir la vacuna que detenga la pandemia.
El humano que por millones de
años vivió sin antibióticos, sin penicilina, con una medicina elemental y
rústica ha sobrevivido, como especie, múltiples pestes, pandemias, enfermedades,
infecciones y así ha llegado al siglo XXI de la era cristiana. Sin embargo, hoy
al igual que ayer teme a la muerte no de la especie, sino a su muerte
individual. Temo a mi muerte, a esa que como dicen los filósofos no puedo
experimentar porque me está negado.
Es a mi muerte individual, a la
muerte de mi yo a lo que temo y por eso me cuido de morir. El miedo es
individual aunque se tiñe de colectivo, y en esto la ingeniería social ha hecho
un buen trabajo en estos tiempos de internet. Trabajo que deja mucho que pensar
para los psicólogos, sociólogos y, tal vez, para los filósofos post-Covid-19.
Si vemos el fenómeno Covid-19 desde
el punto de vista cuantitativo, las cifras de muertos e infectados es marginal o
despreciable con respecto a la población mundial. La cifra de la población
mundial alcanza los 8.500 millones de personas, los muertos por el virus son
entre 10 mil personas y los infectados son 250 mil. En un programa económico o
un presupuesto nacional esta minoría no contaría. No son las cifras ni el
avance del virus lo que me alarma, lo que me alarma es que mí vivir está en
riesgo, porque yo soy el 100% de cualquier estadística.
La cifra de 45 millones de
muertos en la Segunda Guerra Mundial, otros 45 millones por gripe durante el
mismo periodo, 50 millones por los progromo
soviéticos, los muertos directos e indirectos por las bombas atómicas, y las
otras muchas muertes más por hambre, guerras no nos alarman ni asustan porque ahí
nuestro vivir no está comprometido.
En cambio, ahora ante la
noticia de este virus mi vivir como ser biológico está amenazado, y es a eso a
lo que tememos. Si el virus fue producto de un acontecimiento natural, en algún
momento éste ha servido para experimentar con nuestro viejo miedo a morir, a
ser apartados de nuestros haceres. No hay Dios ni redención que pueda aplacar
ese miedo, porque el mismo es tan nuestro como el yo que somos.
Ya llegará la noticia de que el
virus ha sido sometido y encadenado a las mazmorras más oscuras, y saldremos
aliviados y victoriosos a festejar el triunfo de la vida. Esta vez no haremos
monumentos, ni sacrificios a ningún Dios porque el mundo carece de eso, sin
darnos cuenta de nuestra soledad en el universo seguiremos festejando que hemos
dominado a la bestia infernal.
¿Alguna mente perversa guardará
ese registro conductual, puesto a prueba a escala planetaria? No lo sabemos. Tampoco
hace mucha falta, pues el miedo siempre ha sido motivo de manipulación. Lo que
ha cambiado en esta oportunidad es la dimensión y su aplicación. Igual lo hace
la madre con el niño para que éste se someta a sus dictados, o una empresa lo
hace con sus empleados.
Aunque nuestro vivir sea
miserable u opulento es lo único que poseemos, por eso el rico y el pobre
siempre cuidan de él, cada uno a su manera por supuesto. No tenemos otra cosa
que esta desnudez que es vivir palmariamente y el miedo a perderla. Por eso,
como canta Serrat, muchos macarras de la moral “te acosan por la vida azuzando
el miedo”.
Consultoría
y Asesoría Filosófica Obed Delfín
Email: coasfiobeddelfin@gmail.com
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