Si nuestro hacer lo abordamos desde la teoría del movimiento
de Aristóteles, podemos decir que los cambios se explican por el paso de lo que
está en potencia a acto, esto es, del niño al adolescente, de éste al adulto, y
de el adulto al anciano, porque en el niño ya está en potencia el anciano que
llegará a ser; así como la semilla termina por convertirse en árbol y fruto.
Lo que gobierna este tránsito de potencia a acto es, según
Aristóteles, la finalidad del ser, aquello para lo cual éste existe; así todas
las cosas están en movimiento hacia su fin. Desde esta perspectiva podemos dar
cuenta de lo que es nuestro hacer, lo que hacemos hoy lo podemos explicar desde
la finalidad planteada. El joven estudia la carrera universitaria de economía
para ser economista, por ejemplo.
La idea de finalidad nos sirve para aclarar cuál es el
potencial máximo de nuestro hacer, y para dilucidar cuál es el camino que hemos
diseñado para alcanzarlo. En este sentido, la responsabilidad está en
desarrollar nuestras fortalezas y capacidades para realizar plenamente la finalidad
planteada. Esto quiere decir que debemos ver nuestro desempeño actual y los
diversos aspectos que empleamos en el mismo de manera potencial, ya que la
finalidad del mismo no la hemos realizado. Desde la perspectiva aristotélica,
la finalidad de nuestro hacer es la que opera como una fuerza de atracción y
nos mueve hacia ella, ésta hace que estemos
dispuestos a cambiar, aprender y transformarnos por alcanzar la finalidad planteada.
Junto con la finalidad está la búsqueda de la suficiencia,
que es el poder mantenernos y continuar para cumplir dicha finalidad, por eso
procuramos mejorar nuestras capacidades y talentos para cumplir con la misma.
En el caso del estudiante, éste procura estudiar de la mejor manera posible,
acceder a los textos recomendados, entre otras cosas que le son necesarias para
ser más suficiente y alcanzar el fin.
En cada tipo de hacer que llevamos adelante y en cada
momento de nuestro vivir, debemos preguntarnos: ¿Cuáles son nuestras
fortalezas? ¿Cómo las empleamos de mejor manera? ¿Cuál es el fin de lo que
estamos haciendo?
No podemos solo considerar nuestro hacer actual y quedarnos
en él. Debemos ver si tenemos una finalidad, so no la tenemos debemos
plantearnos la misma. Ya que nuestro hacer ha de ser medio para conseguir un
fin propuesto.
Si nos quedamos atrapados en el hacer inmediato no conseguiremos
dar una realización plena a nuestro pensar-hacer; nos quedaremos encerrados en
el mero hacer y ese no es la idea. Es como si deseamos hacer, pero nunca lo
hacemos porque solo nos quedamos en el deseo.
Tenemos que plantearnos una finalidad ¿para qué hacemos lo
que hacemos? Cuál es el fin del mismo. En muchos la finalidad parece material
pero no lo es, trabajo tantas horas, por ejemplo, ahora para comprar un
apartamento, la finalidad es vivir en mejores condiciones físicas, lo cual me
ayudará a vivir mejor de manera mental. En este caso, una finalidad material
oculta una finalidad de orden espiritual.
Debemos tener claro que todas las finalidades no son de
orden espiritual. Recordemos que la prosperidad que es, por lo general, la
finalidad de nuestros haceres, puede ser: intelectual, financiera, espiritual y
corporal, y se reflejan una en la otra. Hacemos ejercicios con la finalidad de tener
prosperidad corporal, de sentirnos físicamente mejor.
Para alcanzar la finalidad tenemos que desplegar la
suficiencia. Si deseamos prosperidad corporal, debemos hacer ejercicios con la
mejor disposición posible, esto incluye la disciplina y otros aspectos más. Si
deseamos graduarnos en nuestros estudios debemos estudiar lo mejor posible. Ambas
son necesarios para darle sustancia y consistencia a nuestro pensar-hacer.
Consultoría
y Asesoría Filosófica Obed Delfín
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