Por lo general, oímos o nos recomiendan que cuando nos
centramos en la preparación para realizar un proyecto debemos motivarnos para
mejorar nuestras posibilidades de tener éxito. No obstante, consideramos que la
idea clave es que cuando decidimos hacer algo lo importante es el compromiso,
no la motivación.
La
motivación es el deseo hacia algo, que como dijo Aristóteles es lo que nos
mueve. Pero después de este movimiento que desea o motiva aparece la razón,
decía el filósofo. En nuestro caso hablaremos del compromiso, porque éste nos
implica racionalmente a terminar lo iniciado, a perseverar para lograr el
éxito. El compromiso, por otra parte, puede ser personal o interpersonal.
La motivación nace de lo emocional, es un sentimiento que
desea algo y que nos permite salir del letargo y de la apatía. La motivación se
produce cuando creemos que podemos obtener una recompensa o cuando deseamos que
algo cambie. La motivación es útil para impulsarnos porque es el deseo, pero no es necesariamente esencial para
alcanzar el éxito.
No todos los días estamos motivados porque ésta tiene
altibajos, independiente de lo que hagamos. La motivación por ser un deseo se
nutre de las sensaciones de la emoción, y éstas pueden variar por factores
externos e internos.
El compromiso, por su parte, procede de la razón. Esto
supone la capacidad racional de seguir un plan incluso si un día en particular
no nos apetece hacerlo. Por ejemplo, si nos hemos comprometido a pintar la
casa, no podemos decir a la mitad del trabajo «hasta acá lo dejo y nos largamos»,
puede ser que ese día no estemos motivados pintar, lo podemos dejar para más
tarde o mañana. La motivación no acabará el trabajo, el compromiso sí.
Cuando asumimos emprender un proyecto, de la naturaleza que
sea, debemos empezar comprobando que tenemos la posibilidad real de llevar a
cabo lo que nos proponemos, en este caso no es un mero desear, sino la realidad
de que el deseo se realice. Plantearnos un proyecto solo tiene sentido si nos comprometemos
con el reto de alcanzar su ejecución.
Para lo anterior, tenemos que someternos a las condiciones
que el compromiso requiere. Es importante, además, que tanto nuestra condición
racional como emocional funcionen adecuadamente, que haya colaboración entre
ambas partes. Porque si solo nos comprometemos emocionalmente, por ejemplo, el
asunto no marchará del todo bien; debe haber sincronía —la sincronía se rompe
permanentemente y hay que reconfigurarla— entre ambos aspectos que nos
conforman. Es un error emprender un proyecto solo con una parte, ésta se
agotará y agotará a la otra parte. Tanto lo emocional como lo racional deben ir
equilibrándose para lograr el éxito.
El compromiso es parte de la toma decisiones que conforma
nuestra parte racional, el entusiasmo forma parte de nuestro lado emocional.
Puede ser que nos entusiasmemos con una propuesta que nos planteamos o nos han
planteado, pero resulta que luego nos damos cuenta que ésta requiere más tiempo
y dedicación del que habíamos pensado o querido, y allí comienza a decaer
nuestra exaltación, solo el compromiso es el que nos puede mantener hasta
alcanzar el logro planteado.
Emprender un proyecto solo desde la motivación quiere decir
que estamos inclinado la balanza solo hacia la parte emocional. No pretendemos
excluir esta parte, lo que intentamos es mostrar que lo emocional a largo plazo
falla, lo emocional es de corto plazo, de resultados rápidos. El compromiso,
por el contrario, es más adecuado para el medio y largo plazo, porque éste nos
permite trazar planes de acción y reacción.
El compromiso debe ir aparejado con cierta lógica de acción,
para definir lo que necesitamos para obtener el éxito, si no lo hacemos nuestra
motivación puede convertirse en una pesadilla y terminará por desmotivarse y
abandonar emocionalmente el proyecto planteado.
Necesitamos concretar con qué podemos comprometernos, tanto
racional como emocionalmente. Si un proyecto lo llevamos a buen término desde
nuestro punto de vista del compromiso, pero terminamos emocionalmente
devastados considero que el éxito es cuestionable, porque no estamos contentos
del todo; esto sucede mucho con las tesis de grado en las universidades. Es
necesario que alcancemos un equilibrio entre nuestra motivación y nuestro
compromiso, esto es, entre lo emocional y lo racional.
Con la motivación nos decimos lo que sentimos; con el
compromiso nos contamos hasta qué grado algo es viable o no. Ambos tienen que
cooperar para alcanzar el éxito, lo cual aumenta nuestras probabilidades de
quedar satisfechos y agradados.
Referencias:
Facebook: consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
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