miércoles, 2 de noviembre de 2016

DE LA VIDA FELIZ A LA VIDA CERO RIESGO: CONSULTORÍA Y ASESORÍA FILOSÓFICA

Alain Badiou en «Elogio del amor» señala que todas las terapias de fines del siglo XX y principio del XXI parecen que nos preparan para una vida feliz; esto es, una vida asegurada. Lo cual nos hace recordar «Un mundo de feliz» de Huxley.

El autor nos ofrece el ejemplo del “sitio de citas Meetic... que ofrece -la expresión me pareció en verdad remarcable- un «coaching amoroso». Usted tendrá entonces un entrenador que va a prepararlo para afrontar la prueba. Pienso que esta propaganda parte de una concepción del «amor» como aseguración…” La publicidad de Meetic nos asegura que el riesgo amoroso lo tendrán los demás. Nosotros estaremos bien preparados para afrontar este amor desde los cánones del individuo asegurado; tendremos asegurada nuestra comodidad personal y social. No hay riesgo.

La vida asegurada, la vida centrada implica la ausencia de riesgos. Para ello necesitamos el «coaching de la vida». Pues, éste nos permite contar con unas buenas herramientas aseguradoras. Estamos ante la vida «riesgo cero». También ante el padre cero riesgo, familia cero riesgo, trabajo cero riesgo. Eliminamos la incertidumbre, con todas estas terapias.

Con la doctrina «cero riesgo» cerramos toda posibilidad a la casualidad, al encuentro fortuito. Conjuramos cualquier amenaza o tal vez convertimos toda amenaza en algo asegurado, resguardado. Es una práctica que se asemeja al «matrimonio arreglado», donde las partes involucradas resguardaban todo el patrimonio. Se evitaba todo riesgo.  

Tal práctica se realiza en nombre del aseguramiento personal. Por medio de un arreglo que evita toda casualidad, toda posibilidad existencial. Lo que está en juego es asegurar la ausencia de riesgos. En la vida, en el amor, en el trabajo… La existencia.

De este modo, se cierne sobre los actos existenciales la negación toda importancia. La vida se convierte en una variante del hedonismo generalizado, una variante de las distintas formas del goce. Se evita así toda experiencia auténtica y profunda de la alteridad, que es el entramado mismo del existir. Nos referimos al encuentro, al acontecimiento.

Si nos encontramos bien preparados para la vida, según los cánones del individuo asegurado, entonces sabremos despreocuparnos eso otro que no se ajusta a nuestra comodidad. Si el otro sufre es asunto de él, que no se ha preparado.

La vida asegurada implica la ausencia de riesgos, para quienes cuentan con una buena terapia de aseguramiento. Nos damos cuenta de que por todos lados nos explican que las cosas se hacen para nuestra comodidad y seguridad. No obstante, ahí se constituyen los dos enemigos de la vida; esto es, la seguridad del contrato de aseguración y la comodidad del goce limitado. Y por favor, olvídense de esa mal llamada «zona de confort», no me estoy refiriendo a eso; esto es otra cosa. Porque aquellos que proclaman salirse de la tal zona de confort, lo que quieren asegurar es una vida sin riesgo. 

Lo liberal y libertario convergen en la idea de que la vida es un riesgo inútil. Por cuanto se pretende tener, por un lado, una especie de preparado que dé continuidad a la dulzura del estar ahí; del otro, tener acuerdos agradables de goce gracias a una economía de las emociones. Desde este punto de vista, la vida se encuentra acorralada, asediada y, por lo mismo,  amenazada.

Por ello, como dice Bardiou, es necesario reinventar el riesgo y la aventura, en contra de la seguridad y la comodidad. La vida es un confiar en la casualidad. Ésta nos lleva a la experiencia fundamental de la diferencia. La idea de que el mundo puede experimentarse desde el punto de vista de la diferencia, de lo otro.

Porque la vida sucede en el mundo. Es un acontecimiento no previsible o calculable según las leyes del mundo. Las terapias de fines del siglo XX y principio del XXI parecen plantearse que el azar debe ser fijado.

Es preciso plantarnos en el borde del abismo, reunirnos con nosotros y con el otro. Es preciso pensar, actuar, transformar. Entonces la recompensa que entra en escena es la felicidad. Por el contrario, tenemos el triunfo de la vida, pero no su duración. Tenemos solo lo que Badiou llama la «intriga del encuentro», pero no el encuentro.

Ahora bien, la vida como afición colectiva otorga intensidad y significación a nuestro hacer. No puede ser ésta una existencia en el contexto de un régimen de ausencia total de riesgos. La vida es algo más que lo asegurado.


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