Alain Badiou en «Elogio del amor» señala
que todas las terapias de fines del siglo XX y principio del XXI parecen que nos
preparan para una vida feliz; esto es, una vida asegurada. Lo cual nos hace
recordar «Un mundo de feliz» de Huxley.
El autor nos
ofrece el ejemplo del “sitio de citas Meetic... que ofrece -la expresión me pareció
en verdad remarcable- un «coaching amoroso». Usted tendrá entonces un
entrenador que va a prepararlo para afrontar la prueba. Pienso que esta
propaganda parte de una concepción del «amor» como aseguración…” La publicidad
de Meetic nos asegura que el riesgo amoroso lo tendrán los demás. Nosotros
estaremos bien preparados para afrontar este amor desde los cánones del individuo
asegurado; tendremos asegurada nuestra comodidad personal y social. No hay
riesgo.
La vida
asegurada, la vida centrada implica la ausencia de riesgos. Para ello necesitamos
el «coaching de la vida». Pues, éste nos permite contar con unas buenas
herramientas aseguradoras. Estamos ante la vida «riesgo cero». También ante el
padre cero riesgo, familia cero riesgo, trabajo cero riesgo. Eliminamos la
incertidumbre, con todas estas terapias.
Con la
doctrina «cero riesgo» cerramos toda posibilidad a la casualidad, al encuentro
fortuito. Conjuramos cualquier amenaza o tal vez convertimos toda amenaza en
algo asegurado, resguardado. Es una práctica que se asemeja al «matrimonio
arreglado», donde las partes involucradas resguardaban todo el patrimonio. Se
evitaba todo riesgo.
Tal práctica
se realiza en nombre del aseguramiento personal. Por medio de un arreglo que
evita toda casualidad, toda posibilidad existencial. Lo que está en juego es
asegurar la ausencia de riesgos. En la vida, en el amor, en el trabajo… La
existencia.
De este modo, se
cierne sobre los actos existenciales la negación toda importancia. La vida se convierte
en una variante del hedonismo generalizado, una variante de las distintas
formas del goce. Se evita así toda experiencia auténtica y profunda de la
alteridad, que es el entramado mismo del existir. Nos referimos al encuentro,
al acontecimiento.
Si nos
encontramos bien preparados para la vida, según los cánones del individuo asegurado,
entonces sabremos despreocuparnos eso otro que no se ajusta a nuestra
comodidad. Si el otro sufre es asunto de él, que no se ha preparado.
La vida
asegurada implica la ausencia de riesgos, para quienes cuentan con una buena terapia
de aseguramiento. Nos damos cuenta de que por todos lados nos explican que las
cosas se hacen para nuestra comodidad y seguridad. No obstante, ahí se
constituyen los dos enemigos de la vida; esto es, la seguridad del contrato de
aseguración y la comodidad del goce limitado. Y por favor, olvídense de esa mal
llamada «zona de confort», no me estoy refiriendo a eso; esto es otra cosa. Porque
aquellos que proclaman salirse de la tal zona de confort, lo que quieren asegurar
es una vida sin riesgo.
Lo liberal y
libertario convergen en la idea de que la vida es un riesgo inútil. Por cuanto
se pretende tener, por un lado, una especie de preparado que dé continuidad a la
dulzura del estar ahí; del otro, tener acuerdos agradables de goce gracias a
una economía de las emociones. Desde este punto de vista, la vida se encuentra
acorralada, asediada y, por lo mismo, amenazada.
Por ello, como
dice Bardiou, es necesario reinventar el riesgo y la aventura, en contra de la
seguridad y la comodidad. La vida es un confiar en la casualidad. Ésta nos lleva
a la experiencia fundamental de la diferencia. La idea de que el mundo puede
experimentarse desde el punto de vista de la diferencia, de lo otro.
Porque la vida
sucede en el mundo. Es un acontecimiento no previsible o calculable según las
leyes del mundo. Las terapias de fines del siglo XX y principio del XXI parecen
plantearse que el azar debe ser fijado.
Es preciso
plantarnos en el borde del abismo, reunirnos con nosotros y con el otro. Es
preciso pensar, actuar, transformar. Entonces la recompensa que entra en escena
es la felicidad. Por el contrario, tenemos el triunfo de la vida, pero no su
duración. Tenemos solo lo que Badiou llama la «intriga del encuentro», pero no
el encuentro.
Ahora bien, la
vida como afición colectiva otorga intensidad y significación a nuestro hacer.
No puede ser ésta una existencia en el contexto de un régimen de ausencia total
de riesgos. La vida es algo más que lo asegurado.
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Obed Delfín
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