El símbolo es
el signo transmutado, que asciende a lo simbólico y es apresado en una red de
relaciones entre significantes y significados. Lo simbólico sólo da cuenta de
lo que representa, éste aparece como categoría desde el momento en que el signo
adquiere la dimensión suplementaria de símbolo. Lo simbólico asegura el acceso
a una comprensión abierta de la relación entre el signo y el sujeto[1].
El valor
simbólico representa un papel en la representación urbana porque establece las
referencias simbólicas de la ciudad. El simbolismo del espacio incluye la
cualidad, cantidad y ubicación de éste en el ámbito urbano. La ciudad, desde
este punto de vista, es un conjunto de mensajes simbólicos que son comprendidos
por los individuos[2].
Las
cualidades emocionales y morales atribuidas a la vida urbana son una
demostración del significado simbólico de la ciudad. Ésta puede ser considerada
la encarnación del bien o del mal, representante del progreso o la decadencia,
lugar de perdición o salvación. Esto significa que el hombre no es neutral
frente a la ciudad, puesto que ésta está significada de valores y creencias. La
ciudad es convertida en símbolo[3].
La ciudad es
producto de la convivencia, del tejido que realizan los individuos en la medida
que la habitan, la recorren y la representan. La ciudad es creación estética y
tejido simbólico permanente[4].
El simbolismo
supone la capacidad de colocar entre dos signos un vínculo permanente. La
relación simbólica está determinada por la función imaginaria y el dominio de
la función racional; que establece el vínculo identificador entre el
significante y el significado, entre el símbolo y la cosa, esto es, entre lo
imaginario efectivo[5].
En este sentido, la ciudad forma una red simbólica.
Lo simbólico nombra
la experiencia, la organiza y la constituye el hacerla comunicable[6], en
estructuras de contenido a las cuales corresponden un conjunto de expresión.
Hay símbolo cada vez que una determinada secuencia de signos sugiere la
existencia de un significado indirecto[7]. En
este aspecto, el hombre se envuelve en formas lingüísticas, en imágenes
artísticas, en símbolos míticos o ritos religiosos, de tal forma que ver y
conocer a través de la interposición de estas manifestaciones expresivas[8].
La ciudad
está ligada a un orden imaginario con distintas transcripciones simbólicas. La
ciudad pasa por distintas acciones de representación, las cuales permiten
ciertos niveles de certeza y autoafirmación de lo simbólico. Ésta es un lugar
simbólico, ya que la morfología urbana está impregnada de significaciones, por
ejemplo, las características de las calles utilizadas en las procesiones, la
forma de los templos y su situación en la ciudad, la geometría del plano. En
este sentido, la ciudad transmite los actos de la sociedad, porque es expresión
simbólica de ésta.
La
relación entre simbolismo y ritualidad, entre valor y función explica la forma
arquitectónica como iconografía urbana. En los casos en los cuales el contenido
simbólico está ligado a una tradición formal éste constituye un factor esencial
desde el punto de vista histórico y estético de la formalización de la ciudad;
ya que la constitución urbana está determinada por exigencias ideológicas,
religiosas y prácticas[9], entre
otras. Platón al iniciar la ordenación formal de la ciudad señala:
“estableciendo primeramente un lugar sagrado a Hestia, a Zeus y a Atenea que
será llamado ciudadela (acrópolis)”[10]
En el momento
de la formación de la ciudad, lo religioso, marcada por su carácter
aristocrático, define como elemento simbólico en centro de la nueva ciudad. En
ella se determina la Acrópolis como centro del espacio urbano. El lugar sagrado identifica el símbolo
aristocrático de la polis platónica. El
espacio sacro es símbolo del cosmos terrenal.
La ciudad
símbolo es expresión del poder político, religioso, económico o de cualquier
otro poder. En este sentido, la ciudad es una arquitectónica del símbolo. Una
construcción es simbólica cuando expresa en su forma y figura lo sagrado, lo
que en sí y para sí unifica a los hombres[11]. Tal
significado queda manifiesto a través del espacio, de los volúmenes y de las
formas urbanas.
En Critias, Platón cuenta que Poseidón, a
quién ha correspondido la Atlántida, cavó al derredor del monte un foso
circular formando “Cinturones de mar
y tierra, alternados y circundantes unos a otros; unos más pequeños, otro más
grandes, dos de tierra, tres de mar, cual si los torneara a partir del medio de
la isla, igual por todas partes, intransitable para los hombres”[12].
La
configuración de la Atlántida en anillos concéntricos simboliza la constitución
tripartita del alma expuesta en República[13]. El
alma esférica, la Atlántida circular. El alma una constituida por tres partes
anímicas; la Atlántida una conformada por tres anillos alternos de tierra y
agua. República y Critias se entrecruzan simbólicamente en
lo mítico-urbano.
En Timeo, al exponer el ordenamiento del
todo distingue dos mundos. El eterno que siempre es y no deviene, el mundo de
las Ideas; y el que deviene siempre y nunca es, mundo sensible[14]. El
primero sirve de modelo al segundo, que imita al primero.
Dado
que el cosmos es un ser vivo éste posee un alma que da movimiento a todo, y que
se identifica con el cielo[15]. El
cosmos tiene una figura perfecta, es esférico. Tiene a la tierra en el centro,
alrededor están los planetas, y todo está rodeado por las estrellas fijas. El Todo,
en conjunto, responde a proporciones numéricas y armonías musicales.
Platón
le otorga al cosmos la figura esférica. Porque esta forma en tanto ser vivo le
permite contener a todos los seres vivos, esto es, la esfera incluye todas las
otras. “Lo construyó esférico, con la misma distancia del centro a los extremos
en todas partes, circular, la más perfecta y semejante a sí misma de todas las
figuras, porque consideró muchísimo más bello lo semejante que lo disímil”[16]. La
perfección de la esfera simboliza que el logos
gobierna el universo entero.
Por
otra parte, Platón hace una interpretación matemática de los cuatro elementos
de Empédocles. Al fuego le corresponde un tetraedro; a la tierra, el cubo; el
octaedro equivale al aire; y el icosaedro al agua. Platón equipara el
dodecaedro a la esfera haciendo coincidir a ésta con la totalidad del cosmos[17].
En Leyes, presenta una ciudad de forma
circular y centralizada, semejante a la Atlántida. La ciudad de Magnesia se
organiza a partir del centro de la ciudad, en éste se encuentra la Acrópolis,
lugar consagrado a los dioses, que está rodeada por una periferia circular;
desde este centro la ciudad y todo el territorio se dividen en doce partes[18]. La
división en doce lotes y en doce tribus es, según Platón, división connatural a
toda ciudad[19],
ya que corresponde al número de meses y a los periodos del todo.
Por otra
parte, la forma de la ciudad de Magnesia se configura según un dodecágono con
organización centralizada[20]. Esta
forma urbana supone el “quinto elemento” del cual el dios, en Timeo, se sirvió para disponer el todo[21].
El simbolismo de las figuras
geométricas puras nos muestra que sus significados están imbricados con las
nociones cosmológicas de Platón; ya que ésta está vinculada con su
interpretación del cosmos. En tal sentido, el cosmos platónico configura la forma
de la ciudad asociada al culto de lo sagrado.
La geometría
con la cual el Demiurgo configuró el cosmos es la materia con la cual Platón
organiza la ciudad. Por tanto, ésta explica las cualidades formales de la
ciudad, ubicada en el espacio, en tanto estructura matemática. Platón entiende
la ciudad como un cuerpo geométrico.
La simbólica
de la ciudad platónica es la completitud. La ciudad es el todo terrenal, la
representación sensible del cosmos
eterno. Por tanto, en primer término, la ciudad es circular porque el universo
es circular o esférico. Segundo, la ciudad es un sistema armónico a semejanza
del universo, porque si ésta estuviese en desarmonía no sería un todo. La
ciudad circular propuesta por Platón es símbolo de lo total y de lo justo.
[1] Cfr. Guy Rosolato. Ensayo sobre lo simbólico,
Barcelona, Editorial Anagrama, 1974, pp. 128-130.
[2] Cfr. Amos Rapoport. Aspectos humanos de la
forma urbana, Barcelona, Ediciones Gustavo Gili, 1978, pp. 285–286.
[3] Cfr. Noel Gist. Sociedad urbana, Barcelona,
Ediciones Omega, 1973, p. 683.
[4] Cfr. Armando Silva. “La ciudad en sus
símbolos: una propuesta metodológica para la comprensión de lo urbano en
América Latina”, Grandes metrópolis de América Latina, México, F. C. E., 1993,
p. 100.
[5] Cfr. Cornelius Castoriadis. La institución
imaginaria de la sociedad, Vol. I, Barcelona, Tusquets Editores, 1983, p. 221.
[6] Cfr. Umberto Eco. Semiótica y filosofía del
lenguaje, Barcelona, Editorial Lumen, 2000, pp. 236-237.
[7] Cfr. Umberto Eco. Semiótica y filosofía del
lenguaje, Barcelona, Editorial Lumen, 2000, p. 244.
[8] Ernst Cassirer. Antropología filosófica,
México, F. C. E., 1945, pp. 58-59.
[9] Cfr. Giulio Carlo Argan. Proyecto y Destino,
Caracas, U. C. V, 1969, p. 58.
[12] Platón. Critias 113 c–e; y 114
a –119 b. Además,
Leyes 713 c–e
[14]
Platón. Timeo 28 a-c.
[15]
Platón. Timeo 30 d – 31 a
[17]
Platón. Timeo 53 b – 56 b.
[18] Platón Leyes 745 b – 745 e.
[19] Platón. Leyes 771 b – 771 e. Asimismo, Leyes 848 a – 849 a .
[20] Esta forma se inscribe en un círculo, si sus
ángulos se curvan dará como resultado la forma de un circulo.
[21] Platón. Timeo 55 c. Para los matemáticos
místicos, ésta es la forma geométrica no nombrada por Platón, la cual contiene
todos los demás cuerpos. Véase Luca Pacioli, La divina proporción, Madrid,
Ediciones Akal, 1991. Matila Ghyka, El número de oro, Buenos Aires, Editorial
Poseidón, 1978.
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