Nuestro mundo de la experiencia se va
haciendo familiar gracias a las interrelaciones que vamos estableciendo, y a
nuestra capacidad interpretativa del mundo que nos rodea y en el cual
interactuamos. En este mundo desarrollamos la confianza, el miedo, la certeza,
la incertidumbre; todo lo interpretamos que acuerdo a los signos que
codificamos como amigables o no.
En este sentido, comenzamos a desplegar lo
que Vigotski llama la «zona de desarrollo próximo», la cual está constituida
por el entorno y las actividades que somos capaces de ejecutar con la ayuda de los
adultos más cercanos, pero que aún no somos capaces de realizar solos. Esto lo
seguimos haciendo a lo largo de nuestra vida, por ejemplo, en un nuevo empleo
desplegamos esta zona con ayuda de los amigos o con quienes tenemos empatía.
Necesitamos el apoyo de los otros.
De esta manera, soportamos nuestra
incertidumbre al estar acompañados, pero luego tendremos que soportarla a solas.
Es un proceso de aprendizaje, en el cual generamos nuestra zona de desarrollo
lejano o distante. Si estamos en un nuevo empleo, el despliegue de la zona de
desarrollo próximo se manifiesta cuando aparece un objeto nuevo, una tarea o
una persona nueva, en ese instante buscamos establecer contacto con la persona
de mayor confianza, para leer en ésta si debemos aceptar la presencia del tal
objeto o persona, o saber si estamos acorde con la nueva tarea asignada.
Si en la persona leemos en la expresión
de seguridad, nosotros asumimos confianza, sonreímos y no tememos ir al
encuentro de la novedad; pero si la persona hace un gesto de preocupación,
nosotros nos cohibimos, buscamos un refugio interior. La interpretación que
hagamos de la expresión de la otra persona es un comentario acerca del mundo,
que vamos descubriendo y evaluando en el diálogo afectivo e informativo que
tenemos con nuestro entorno.
Constantemente hacemos evaluaciones por
nuestra cuenta y riesgo; pues estamos obligados a enfrentar los tumultos
emocionales que se nos presentan día a día. Vivimos una realidad compartida la
cual está conformada por diálogos minuciosos que nos proporcionan informaciones
afectivo-cognitivas, con las cuales vamos construyendo nuestro mundo. Nos
interesamos por la información cognitiva; pues pretendemos desglosar datos supuestamente
objetivos para separarlos de los comentarios subjetivos o sentimentales. Sin
embargo, no nos separamos de la afectividad. Ya que ésta es parte de nuestro
constructo social.
Configuramos, de este modo, nuestro
carácter básico de relación afectiva con el entorno. Puesto que desarrollamos
una «confianza básica» con el entorno que nos es familiar, a partir de una relación
primigenia que se fundamenta en una urdimbre afectiva. Confiamos en nuestro
mundo más inmediato, sea éste la calle donde vivimos o el lugar donde
trabajamos; y consideramos una selva llena de trampas y asechanzas a aquel otro
mundo que desconocemos. Ambas interpretaciones se dan por nuestras experiencias
primeras, fundadas en lo afectivo.
Vuelvo al ejemplo de cuando comenzamos un
nuevo empleo o lo apreciamos cuando los nuevos estudiantes llegan a la universidad;
en ambos casos buscamos establecer un diálogo minucioso y continúo con los
nuevos compañeros. Con el fin de establecer una correspondencia funcional, sea
este dialogo unas elocuentes pláticas o una conversación silenciosa y rápida.
Necesitamos desplegar esa zona de proximidad, nos es necesaria, para ganar
confianza y así desplazarnos en este nuevo ámbito en que nos encontramos.
En estas conversaciones sincronizamos miradas,
palabras, gestos corporales… Buscamos establecer una realidad compartida, una armonía
emocional que nos permita acercarnos y explorar lo que nos es desconocido y
no-familiar. Buscamos información, apoyo mutuo para comprender esta nueva
realidad en la que nos adentramos. En el caso de los estudiantes nuevos
mutuamente buscan enseñarse a «cómo sentir», a «cuánto sentir» y «si hay que
sentir algo» sobre las personas y objetos del entorno. O buscamos a la persona
que ya se desenvuelve en ese entorno para que nos enseñe eso.
A través de los datos que vamos recabando
generamos episodios de cercanía o de ausencia, según la interacción con lo
desconocido. La cercanía nos lleva al apego, a identificarnos o no con esta
nueva zona, de esta manera la hacemos propia o la hacemos extraña. De acuerdo a
la relación que establecemos generamos un modo afectivo, que define nuestra
relación con la zona si es de proximidad o de lejanía. Hay lugares y personas
con los cuales nunca nos sentimos identificados, nos son ajenos. En cambio, con
otros establecemos una relación empática, familiar.
Esa relación determina el tipo de emociones
que podemos sentir, serán de acercamiento, de rechazo o de indiferencia según
consideremos al entorno. De este modo, conformamos nuestro mundo a partir de
zonas afectivas; son referencias del vigor emocional que tenemos hacia ellas,
lo que nos permite apartarnos o explorarlas; en ellas dominamos nuestros miedos
y problemas o desplegamos nuestras alegrías y dichas.
Nuestra seguridad básica se funda en la
certeza de esas zonas afectivas que nos son gratas. Nuestra experiencia se va
construyendo con la representación e interacción activa de la realidad, la cual
nos permite asimilar nuevas informaciones, seleccionarlas y producir
ocurrencias para desplazarnos en ella. En este proceso desarrollamos nuestros
modelos, patrones o esquemas, del mundo y con éstos nos enfrentamos a él. Estos
modelos afectivos y cognitivos son las relaciones de apego o desapego que
tenemos con las diversas zonas en que interactuamos.
A lo largo de nuestra vida elaboramos
diversos modelos del mundo, en los cuales vamos incorporamos nuestra personalidad,
organizamos nuestros pensamientos, emociones y conductas. Si hemos disfrutado
de un apego seguro con nuestra zona de proximidad desarrollamos relaciones gratificantes,
confiamos en la disponibilidad de las personas con las que nos relacionamos y regulamos
nuestro malestar de manera adaptativa. Por el contrario, si nos desarrollamos
una zona de proximidad insegura percibimos relaciones estrechas, adversas e
insatisfactorias, desarrollamos un concepto devaluado de nosotros mismos y
consideramos que somos incapaces de merecer atención y cuidado.
Una vez establecidos estos modelos o
patrones operamos con ellos en nuestra experiencia diaria de manera consciente
e inconsciente. Nos hacemos resistentes al cambio o lo aceptamos como algo
natural. Ya que actuamos en función de estos modelos, en la asimilación de
nuevas informaciones, con frecuencia solo percibimos aquello que corrobora
nuestra forma de ver el mundo, esto es, de nuestro modelo de apego o desapego.
Referencias:
Facebook:
consultoría y asesoría filosófica Obed Delfín
Youtube: Obed Delfín
Twitter:
@obeddelfin
No hay comentarios:
Publicar un comentario