Esta
película de 1995 nos muestra la permanente estafa que le hace el hombre a la
mujer. Por estafa me refiero al hurto de la vida y de los sueños de la mujer
por parte del hombre. La mujer abandona su condición de proyecto para
entregarse a un presente a cambio de nada.
El
hombre parece que no haber abandonado la condición de sujeto domesticador de
hace 10 mil años atrás. Continúa a diario ejerciendo ese oficio de manera
consciente e inconsciente, y parece que muy a su gusto.
Esta
acción permanente es parte de la historia de la domesticación que incluye a los
humanos y, en particular, a la mujer como objeto de dominio por parte del
hombre. Por eso, la mujer entierra sus sueños para vivir en un presente vacío.
Se
recrea, la mujer, en construir justificaciones que avalan la realidad en que
vive, aunque ésta no sea la deseada. Sus sueños y sus anhelos los cubre bajo la
capa de la cotidianidad. Del hacer diario que darle un sentido a lo que no lo
tiene.
Es
la pérdida de la condición del sujeto estético, en el sentido de Schiller.
Porque ya no juega a ser humano, sino un ser domesticado. La libertad se deja a
un lado o se abandona, para vivir de justificaciones forzadas.
Junto
a la pérdida de los sueños se construye el día a día con su hacer interminable,
que oculta las ilusiones de lo que se desea ser. Justificaciones y excusas hay
muchas, incluso para escoger. Pero la realidad de lo anhelado es una.
En
el caso de la película que nos ocupa, el detonante es el amor porque éste es siempre
un anhelo no saciado. Es la condición de la menesterosidad. De lo busca
llenarse y no puede. En este caso, el amor es algo simbólico, como el relato
del «Banquete» de Platón.
Allí
radica su fuerza y su dolor. El amor es el detonante del desgarramiento que
sufre «Francesca Johnson» al encontrarse de frente con su desamparo y con su
presente, que no es el que ella había soñado. Es otra realidad impuesta por las
condiciones de la vida marital, que ella ha asumido.
La
historia de los puentes de Madison es este conflicto existencial por la
libertad pérdida que se reencuentra en un momento dado y en una situación dada,
en este caso, la amorosa. Pero donde el
amor lo debemos entender como esa relación de Penía y Poros.
Es
el autodescubrimiento de lo que se es, que ha quedado oculto bajo las capas de
la vida como el marino de Glauco. Es un despertar, que se regocija en sí mismo.
Pero, que a la hora de decidir tiene que decidir por sí; ya que nada más, en el
caso de la película, garantiza la libertad deseada.
La
escena final bajo la lluvia es monumental, Porque es un decidir por ella o por
el otro. La conversación en la cocina es fundamental, porque pone las cartas
sobre la mesa. Despliega el conjunto de posibilidades, y entre esas está que
todo cambie. Que se vuelva a lo mismo que ella ha vivido hasta ahora. Por la
condición de sujeto domesticador que signa la hombre.
En
esta estafa el hombre vuelve a la mujer invisible, y ésta se deja sin saberlo.
La convierte en una sombra de su hacer y pensar. La mujer se doblega por el
peso de las obligaciones diarias, que asume como un propósito de vida. Una
mujer vital y enérgica, abierta a la discusión, segura de sí misma hasta lo
inverosímil, generosa con su tiempo y de carácter agradable asusta al hombre
domesticador.
La
llamada táctica del «negging» se usa para que algo que parece a cumplido sea,
en realidad, una crítica o un insulto de baja intensidad, con el propósito de
minar la confianza de la mujer y volverla vulnerable y más propicia a las
posteriores insinuaciones de dominio.
Busca
el domesticador una mujer de resignada calma, sin papel de figurante. Pues no
desea que la mujer tenga personalidad. Queda ésta sometida a una ideología
funesta, periclitada e instituciones autoritarias.
La
convivencia se fundamenta en relaciones supuestas por el hombre, donde se insiste en la necesidad de tener a mano a un rival en quien descargar
nuestras debilidades y faltas, si éste no existe hay que crearlo. Parece que
para el hombre es necesario contar con un opuesto, un enemigo, pues esto le
permite definir su identidad y le procura un obstáculo contra el cual mide su sistema
de valores, y muestra al encararlo su valor como sujeto dominante y
domesticador.
La
función matrimonial de la mujer es quedar sometida a la autoridad del marido
sin cuestionarla, simple obediencia social. Donde el hombre toma las decisiones
y la mujer las sigue confiando ésta en la conducta, el afecto y la superioridad
de la inteligencia de aquel.
En
caso de disensión entre hombre y mujer, si intervienen familiares y amigos, de
ambos se decantan, por lo general, por la institución masculina, porque se
percibe que hay un conflicto de intereses con el status masculino de dominación.
En ambas
películas, aunque solo he hablado de una, pensamos sobre el poder del silencio;
en una sociedad donde el escándalo es asunto de todos los días. Tejido tal
silencio por las relaciones de poder, en el sentido que le da Foucault, las
cuales nos distraen y ocultan los asuntos neurálgicos de las relaciones
mujer-hombre.
El ocultamiento y el silencio impuesto a la mujer nos impide descubrir
un otro universo de sentimientos, de gustos, de sentidos y percepciones; ya que
están opacados y ocultos en esa relación de poder que vuelve invisible el
pensar-hacer femenino. Lo cual nos impide entender y disfrutar de esa otra
parte de lo humano.
Obed Delfín Consultoría
y Asesoría Filosófica
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